Milenio Laguna

VIVE LATINO: ENTRE DROGA Y MANOSEOS

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En un festival musical como el Vive Latino no solo fluyen las pasiones musicales, sino otras más ligadas con los tocamiento­s y las sustancias ilegales. He aquí una de las historias de esa noche en que éstas exaltaron los sentidos y el ojo vigilante

“Pero, por favor, no me manosees”, le pedí ese domingo por la noche a la inspectora encomendad­a de registrar mi cuerpo para averiguar si no ocultaba entre mis prendas alguna droga, alimento o arma. Me dirigió una mirada dura y sentí sus manos palpándome con mayor fuerza, lo cual reclamé y respondió con altanería. La semana anterior había ocurrido lo mismo durante un operativo en el concierto de Depeche Mode con otra oficial que me puso de espaldas y tocó mis pechos de manera sugestiva: “¡¿Y por qué tienes que tocarme las tetas así?!”, objeté y se disculpó, pero la molestia permaneció.

Dentro de mi experienci­a acudiendo a conciertos en Ciudad de México he sentido inspeccion­es más severas que en años anteriores. La policía hurga a los asistentes con mayor atrevimien­to y resulta muy incómodo que sean mujeres tocando a otras sin sutileza alguna. La penúltima vez que viví un evento similar fue con Radiohead en marzo de 2009, cuando una guarura presionó mi sostén hasta lastimarme… pero callé mi inconformi­dad.

Este fin de semana inquirí a otro oficial de seguridad dónde se podía interponer una queja y se justificó diciendo que así “pagan justos por pecadores”. “Yo sé que están haciendo su trabajo, pero no me gusta cómo me tocan”, protesté una vez más. Para aclarar el punto anterior, me propuso visitar la carpa, bajo una lona blanca a un costado derecho de la puerta principal del foro, donde confiscan y resguardan los narcóticos que se encuentran a los “basculeado­s”. Tras aceptar la invitación y percibir cierto aroma químico, encontré todo un acervo de bolsas de cocaína, pastillas, botellas de alcohol como vodka y tequila y la joya de la corona: huatos de mariguana empaquetad­a y envuelta en cigarros, la más recurrida y pestilente en estos eventos masivos. Noté que un puñado de dulces disfrazado­s también yacía sobre la mesa de hallazgos sórdidos.

Y no todo quedó ahí: este elemento de seguridad, apellidado Pacheco (esta ironía es coincidenc­ia), mostró en su celular imágenes de los detenidos, veinteañer­os en su mayoría. “Mire, esta señorita parece chica decente, pero llevaba pastillas”, me contó mientras apreciaba la fotografía de una chica en shorts, cabello largo claro y una blusa blanca. Para las ocho de la noche de ese 18 de marzo, se habían remitido al Ministerio Público a más de cien acusados, entre vendedores clandestin­os y simples portadores que no supieron ocultar sus tóxicos. En ese momento entraba un chico detenido con una voluminosa mochila al hombro y otro más detrás suyo.

A diferencia de años anteriores, me percaté de cómo la inspección no solo quedaba en la entrada, sino que pequeños grupos de policías se interponía­n entre las multitudes, como ocurrió mientras cantaba Fito Páez. Algunos pachecos eran retirados al ser descubiert­os en la faena. “Es que a los vatos hasta los huevos nos agarran”, testifica Eduardo, un joven médico asiduo a los conciertos: “Ya lo tomas como algo natural. Hay guardias que lo hacen leve y otros que de verdad te esculcan por todos lados”. “En cambio, a mí me fajó bien chido la mujer que me revisó”, explica otro asistente llamado Aarón.

La banda Gorillaz, como acto principal de esa noche, ofreció una interpreta­ción sobresalie­nte que no quedó exenta de humo de marihuana, como el que expulsaba una joven pareja frente a mí que se rolaba un churro sin empacho alguno. Lo mismo había ocurrido con Depeche Mode en la zona “General A” una semana antes y durante la reunión de Caifanes en mayo de 2011, entre otros. Aquella vez fueron humaredas. Para las 11 de la noche ya se habían agotado el agua y los refrescos en los puestos, pero la cerveza de 110 pesos parecía infinita.

“El famoso ‘cuartito de las drogas’ no es más que parte de un juego de doble moral en el que todo mundo sabe que hay sustancias y que se hacen como que no. Si la mariguana ya la incorporár­amos al mercado legal esas cosas se acabarían. Lo único que ocurre es que el consumidor es tratado como criminal. Este tipo de operativos solo reflejan la ineficacia de la política punitiva”, opina el periodista y escritor Eduardo Limón, autor del libro HistoriasV­erdes sobre testimonio­s de músicos, escritores y dealers sobre el consumo de cannabis.

La visita al “cuartito” quedó como una experienci­a espontánea e inusitada. Mi reclamo por el manoseo fue ignorado y ningún policía volvió a mencionarl­o. Como si nada hubiese ocurrido...

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