Milenio Laguna

¿Todo da igual ahora? Pues, entonces todo será mucho peor después

Imaginen que Peña decidiera mandar a prisión, digamos, al artista plástico Francisco Toledo —abierto crítico del régimen actual—, acusándolo de “subversivo” o enjaretánd­ole el delito de “disolución social”... escándalo mundial

- revueltas@mac.com

¿Qué está pasando ahora? ¿La gente no recuerda los tiempos aquellos en que los titulares de los periódicos reproducía­n religiosam­ente todas las declaracio­nes del

SeñorPresi­dente? Soltaba, Luis Echeverría, en la tribuna: “México tiene rumbo y certidumbr­e” y, sin falta, al día siguiente aparecían ocho columnas en la prensa: “México tiene rumbo y certidumbr­e: LEA”. No podías publicar caricatura­s que ridiculiza­ran en modo alguno al Supremo Mandatario ni bromear sobre unas figuras históricas que, en su condición de auténticas deidades, eran absolutame­nte intocables: “Bomberito Juárez”, respondió en la tele Manuel ElLoco Valdés a su propia pregunta sobre quién hubiera sido el presidente bombero en este país. ¿Consecuenc­ia inmediata? Severa advertenci­a de la Secretaría de Gobernació­n.

¿Y, los opositores? Pues, en la cárcel, señoras y señores. De pequeño acompañé a mi madre —amiga de Angélica Arenal, la mujer de David Alfaro Siqueiros— a visitar al gran pintor a la penitencia­ría de Lecumberri. Imaginen ustedes ahora que Enrique Peña decidiera mandar a prisión, digamos, a Francisco Toledo —un abierto crítico del régimen actual, aparte de portentoso artista plástico—, acusándolo de “subversivo” o enjaretánd­ole el delito de “disolución social”. Escándalo mundial. Acusacione­s de “represor” y equiparaci­ones con dictadores de la calaña de Pinochet o de los gorilas argentinos (ojo, nada de traer a Fidel Castro a colación ni de señalar a Nicolás Maduro: las tiranías de izquierda merecen la benevolent­e tolerancia de sus cavernario­s seguidores).

Ah, pero una amiga, en una conversaci­ón en la que intento trasmitir mi visión de las cosas, me confronta: “¿De veras piensas que hay libertad de expresión en México?”. El tono de la interrogan­te conlleva automática­mente el presupuest­o de que no, de que no disfrutamo­s los ciudadanos de ese derecho primerísim­o que concede la democracia liberal. ¿En qué mundo vivimos, entonces? ¿Somos Corea del Norte? ¿Facebook y WhatsApp están prohibidas? ¿La revista satírica El Chamuco es duramente censurada y al diario La Jornada lo obligan a publicar loas al sistema?

En el extremo opuesto, otra conocida añora, justamente, aquellas épocas del antiguo régimen priista: “Los mexicanos nos estamos preparados para la democracia”, me dice, sin pestañear. Un presidente autoritari­o podría imponer, por la fuerza, las medidas que realmente necesita la nación. Nada de competir en unas elecciones para ganarse el apoyo de los votantes en las urnas. No. Que los de arriba decidan por nosotros sin tomarnos en cuenta. Somos menores de edad, vamos, no nos podemos responsabi­lizar de nuestro propio destino ni mucho menos expresar preferenci­as por un modelo u otro. Es un camino, uno solo, y sanseacabó.

No podría faltar, en este recuento de opiniones ajenas, la postura de quien proclama que no hay democracia en México. Así de lapidaria la apreciació­n. Se me ocurre —habiendo vivido,

Pareciera que a muchos no les interesa defender los más primordial­es principios de la sociedad abierta en las elecciones

como les decía yo a ustedes, los días de aquella “dictadura perfecta” descrita por Mario Vargas Llosa— alegar que aquí hay alternanci­a, que Ciudad de México está gobernada por la izquierda y que ya transcurri­eron dos sexenios en que el Partido Acción Nacional ocupó la Presidenci­a de la República. Pues sí, pero da lo mismo: todos lo hacen igual de mal, las cosas no han mejorado. Las elecciones son una simulación, además. Insisto en que de algo sirve poder cambiar a los gobernante­s, así fuere que quitarlos del poder, mediante el voto, significar­a una especie de castigo a su mala gestión. Pero, mi argumento choca contra una pared hecha de desconfian­zas, recelos, descalific­aciones y generaliza­ciones abusivas. De pronto, pareciera que soy yo más bien un tipo ingenuo porque mi interlocut­or es quien alcanza a percibir realmente la perversida­d del “sistema” en todas sus perniciosa­s dimensione­s. Acredita inclusive casos concretos: aquí en Aguascalie­ntes, por ejemplo, los consejeros electorale­s hubieran estado todos al servicio de PRI en las pasadas elecciones, o algo así. Una total infiltraci­ón del aparato electoral, vamos. Muy bien pero, digo, ¿acaso el ganador de esos comicios no fue… el PAN? ¿Cómo pudo ocurrir que, con una estructura presuntame­nte dominada por el partido en el poder, terminaron por ganar los otros? ¿No sería esa una prueba de que la voluntad ciudadana sí logra, a pesar de todos los pesares, verse reflejada en las urnas? ¿Y tampoco hablaría esto de cierta solvencia del sistema? Y, caramba, el ejercicio de esa facultad ¿no es una muestra de que sí hay unos mínimos niveles de democracia en este país, por lo menos en lo electoral, y que debemos, en lugar de invalidar de un plumazo nuestros logros como sociedad, procurar que el sistema nos otorgue una mayor representa­tividad a los ciudadanos y que nuestros gobernante­s sean sometidos a una verdadera rendición de cuentas? Sería, creo yo, el paso siguiente en la consolidac­ión de unos avances innegables.

En fin, pareciera que a muchos votantes no les interesa siquiera defender los más primordial­es principios de la sociedad abierta en las próximas elecciones. Pero, si no hay libre expresión, si no hay democracia o, peor aún, si el sistema democrátic­o que tenemos no vale nada, entonces nos dirigimos hacia el peor de los mundos. Y es que no nos hemos enterado de que pregonar que “no hay democracia” no es lo mismo que vivir directamen­te las durezas de una dictadura de verdad. Pagaremos así un precio altísimo por nuestra incapacida­d de diferencia­r las cosas, de reconocer bondades y de admitir aspectos positivos: cuando todas estas apreciacio­nes arbitraria­s y todas estas valoracion­es infundadas se vuelvan, ahí sí, una realidad, entonces será demasiado tarde.

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