LOS SUEÑOS DE CÉSAR AIRA
Desde 1992, César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) publica con frecuencia novelas y, cuando la oportunidad se lo permite, libros de ensayos. En sus novelas resulta ser propositivo, fresco, innovador —acaso porque hace uso del ensayo también en su narrativa— y, claro, suele elaborar interesantes disertaciones.
Si Evasión y otros ensayos está más centrado en determinada s presencias( Raymond Roussel y Salvador Dalí, por mencionar algunas), hoy es grato reencontrar el tono ensayístico de un autor más cercano a Montaigne. Aira es diverso, misceláneo, como un flâneur que vagabundea alrededor de la escritura y la vida cotidiana.
Quizá como en su momento lo hicieron Borges y luego Ricardo Piglia, Aira reivindica ante todo la lectura como pretexto y fundamento de la propia escritura, como si se tratara de una adicción. Revela que “a los 14 años ya estaba leyendo a Kafka, a Proust, a Borges. Quería ser escritor, y me reflejaba en los grandes escritores que admiraba”. Recuerda que su padre leía novelas de vaqueros de Marcial Lafuente: “A veces por la tarde yo iba a tirarme en su cama y les echaba una mirada. Leía un poco, no creo que mucho porque mi gusto ya estaba envenenado y no podía encontrarles ningún mérito, ni siquiera el del entretenimiento. Volvía pronto a mi dieta de Historia de la Literatura, pero no sin un vago sentimiento de nostalgia de la liviandad, de la impunidad, de cierta libertad que faltaba en mis autores de cabecera”. Aira confiesa que quería ser como Kafka o Proust, “pero esos escritores estaban cargados con la inmensa responsabilidad de mantener la calidad…”
Estamos ante breviarios de reflexión y, a veces, ficción. Lo fragmentario en Aira deriva en una suerte de asuntos que tienen como eje la vida cotidiana de un escritor, cercano a los ensayos cortos de Julio Torri, Augusto Monterroso e, incluso, a los volúmenes similares a un diario de escritura de Margo Glantz como Saña, por ejemplo.
Es un libro íntimo, en donde queda al descubierto que el autor si acaso llega a acordarse de sus sueños, solo se trata de pesadillas que remiten a dificultades al hacer algo: llegar a una cita, al aeropuerto, cruzar la ciudad en medio del tráfico, realizar un trámite burocrático. “En el extremo de la serie estaría la dificultad de escribir algo bueno”, señala con sumo pudor.
En otro apartado acerca del sueño, el narrador argentino se pregunta algo que colinda con la poesía: “¿Y si el insomnio fuera un sueño?” Anota la frase, la observa y deja abierta dos posibilidades: tenerla presente o borrarla, como los sueños que seguramente tiene y no logra perpetuar.