Recuperan las voces del encierro en obra teatral
Son asesinos, violadores y criminales de alto riesgo, pero no por serlo dejan de tener sueños, recuerdos y temores. En otras palabras: seres humanos vulnerables que sobreviven al encierro de la prisión aferrándose a aquello que ya no tienen, a lo que dejaron fuera. Eso descubrió Patricia Yáñez, dramaturga, directora y actriz de Minotauro, obra de teatro en la que recupera muchas historias de presos.
Durante dos años Yáñez ingresó a los penales de El Hongo, en Baja California, y Santa Martha Acatitla, en Ciudad de México, así como al Tutelar de San Fernando, en Tlalpan, para impartir talleres de creación literaria y escénica. “El material generado por los presos en esos talleres era con temas muy profundos: iban del abandono a la muerte, el amor, el encierro y la vulnerabilidad, todo aquello a lo que se aferran para sobrevivir”.
Yáñez trabajó con hombres y mujeres; ahora sintetiza muchas de esas historias en Tori, el personaje que interpreta este unipersonal, que se presentará hasta el 15 de abril ( jueves y viernes a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingos a las 18:00) en el Centro Cultural del Bosque. Por fuera es una mujer, pero por dentro lleva una bestia contra la que batalla día a día. “Ahí es donde retomo el mito del minotauro. Esta chica cometió un asesinato y todo el tiempo, mientras está encerrada, dice que tiene algo de bestial y algo de mujer pero que necesita vencer al monstruo, porque allá afuera ella quiere ser una mujer completa”.
Cuando el espectador se enfrenta a Tori, mitad mujer y mitad bestia, se confronta con sus propios laberintos porque le da voz a las historias de criminales. “Este es uno de los grandes dilemas éticos de esta puesta en escena: ¿por qué escuchar a los presos si son asesinos, violadores, asaltantes? Pero la obra no propone una respuesta sino que le devuelve al público más preguntas: ¿todos somos potencialmente criminales?, ¿solo ellos en ciertas situaciones?, ¿colocado en una situación límite yo podría cometer un asesinato?”
En última instancia, dice Yáñez, no es una cuestión moral sino social, porque la violencia en México es una realidad que no desaparece con ignorarla, y existencial porque ese preso puede reflejar a cada uno de nosotros.