Milenio Laguna

TODOS LOS CUARENTONE­S SOMOS LUCAS PEREYRA

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Qué complicado es escribir sobre esta novela. Quiero decir que comencé este artículo por lo menos cinco veces porque no encontraba la manera de demostrar mi admiración por esta pequeña obra maestra de Pedro Mairal.

Tal vez la mejor forma sea decirlo y ya: es Lauruguaya una gran novela. No sé si sea magnífica, supongo que depende de cada quien encontrar las alturas a la que quiere ponerla, pero en lo personal me he encontrado con una historia que ha tocado cada fibra sensible de mi ser.

Para explicar lo anterior debo decir que estoy a unos meses de cumplir 40 años y comienzo a suponer cómo será la crisis que viviré cuando me dé cuenta que la vida me mintió hace años y que ahora solo me queda ir lidiando como se puede el día diario. O tal vez no.

Pero algo de lo anterior encontré en Lauruguaya, un recordator­io de que la existencia es una serie de dudas que no es sencillo despejar, en todo caso, vamos estirando lo que pensamos que puede ser agradable o beneficios­o para cada uno.

A pesar de que la novela fue escrita en 2016, lleva cinco ediciones y pronto será película, pero he encontrado que avanza a pasos cortos en nuestro país: solo hallé una reseña publicada en un medio mexicano.

La primera vez que escuché sobre ella fue gracias a los tuits del escritor cholulteco Jaime Mesa; después, otros autores tuitearon sobre ella de la misma forma: como una joya que no debe dejarse pasar. Aún así, la vida me impidió conseguir el libro, hasta que Carlos Velázquez me lo prestó. Sí, se lo tengo que devolver, pero no sé si quiero hacerlo.

El asunto con Lauruguaya es que parece la historia más insípida del mundo cuando cualquiera la platica: Lucas Pereyra, un escritor cuarentón clasemedie­ro tanto en el sentido económico como en el literario, viaja de Buenos Aires a Montevideo para recoger un dinero que le pagaron un par de editoriale­s extranjera­s y que parece más provechoso recoger allá porque el gobierno argentino kirchneris­ta impuso un candado cambiario que le haría perder prácticame­nte la mitad del dinero. La historia, entonces, es la que cuenta Pereyra sobre ese viaje para cobrar unos billetes, los que por fin lo sacarían del barranco.

Eso es casi todo, aunque también va al encuentro de una veinteañer­a con la promesa de sexo que lo retornaría, por un momento, a su juventud. Y debe agregarse al asunto que el personaje está casado y tiene un hijo pequeño.

Son 17 horas las que pasa entre que sale de su departamen­to familiar y regresa a él, el candado cambiario es una excusa para desatar todo lo que el lector se va encontrand­o, siempre con mirada de sorpresa, conforme pasa las páginas.

Porque no estamos ante cualquier novela, en realidad estamos ante un viaje de autodescub­rimiento, pero tampoco es tanto, pero sí. Porque al final, lo que mueve a Pereyra es el dinero y el sexo. Aunque otros asuntos también lo mueven, pero quizá no tanto. O sí.

Lo que sabemos, entonces, es que Lucas Pereyra viaja a Montevideo por dinero y sexo y a resolver su crisis de los cuarenta y por un ukelele para su hijo, aunque eso no estaba tan planeado. Pareciera que consigue todo, pero nada es seguro, como siempre en la vida.

Y es que esta novela es un regalo, con un envoltorio que no parece tan atractivo al principio. Al quitarlo no hay ninguna caja, sino otro papel de regalo que es mucho más interesant­e que el anterior. Entonces, al retirarlo encontramo­s otro papel, muchísimo más complejo y encantador que el previo. Conforme quitamos ese envoltorio, encontramo­s uno más y luego otro y otro, cada papel es más importante para el lector que el anterior. Al final, hay una caja pequeña, adentro está lo único de verdad importante que existe en la vida del protagonis­ta, y, si hay algo de suerte, el lector podrá entender de qué se trata y cómo eso también está ahí, en su propia existencia.

Al parecer, la fama ha tomado un poco por sorpresa a Mairal. En una entrevista reciente afirma que, como autor de poesía, le parece extraño que tantos hablen de sus novelas. También piensa que probableme­nte los españoles entiendan mejor su novela que los mexicanos. Comprendo por qué lo dice: se refiere al uso de ciertos modismos que son más fáciles de identifica­r para ellos que para nosotros. Pero estoy en desacuerdo con él, porque, a pesar de que la novela tiene múltiples modismos y referencia­s al mundo sudamerica­no, la historia sencilla que cuenta, tan, en apariencia, poco ambiciosa, en realidad es universal. Así, yo, un norteño viviendo en esta ciudad desértica de polvo y sol, tan lejos, de verdad tan lejos de ese mundo, pude encontrar mi futura crisis emocional que, creo, llegará como llegan las canas y los dolores de espalda. Sin avisar. No, Pedro, permíteme que te tuteé: debo decirte que tu novela, esa pequeña joya, es universal porque, al mismo tiempo, es excepciona­l.

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