Milenio Laguna

Borges y el azar providente

- gilpradoga­lan@gmail.com

T odos los días, de manera invariable, cito en túiter los versos con que Borges remata un soneto dedicado a Joyce: “Dame, Señor, coraje y alegría/para escalar la cumbre de este día”. Estos versos, como dijo muy atinadamen­te mi querida amiga Cristina Alcayaga, son un luminoso mantra.

El domingo pasado mi generoso amigo Israel Rosas me trajo tierra de la tumba de Borges, ubicada en Ginebra. Hoy fui a visitar a mi entrañable camarada Ramón Cifuentes, capitán del barco llamado Colofón, una editorial y una impar cadena de distribuci­ón de libros de sellos variopinto­s. Al azar me senté en una de las sillas de la sala de juntas. Levanté la vista y, os lo juro, arriba y enfrente despuntaba un retrato de Borges, ese retrato donde aparece con la vista borrosa y las manos apoyadas en la empuñadura del bastón, el mítico bastón del ciego clarividen­te de Buenos Aires. Junto a Borges destacan en esa sala retratos de Virginia Woolf, Pablo Neruda, James Joyce, Rulfo, Óscar Wilde, entre otros. Me pareció coincident­e que estuviera el retrato de Joyce junto a Borges, por aquello del mantra matinal. Esculqué la bolsa de mi chamarra y le dije sentencios­o a Ramón: “Mira, querido amigo, me senté frente a Borges y aquí te traigo un regalo, un regalo que me trajo desde Ginebra, desde la tumba del autor de El Aleph, el novio de mi hija mayor, Israel Rosas: tierra santa de aquella tumba”. Ramón, emocionado, me dio un abrazo al tiempo que me decía: “que Dios nos guarde de la mano de Borges, mi querido Gil”.

¡Ah! También sobresalía en aquella pared una foto de nadie menos que José Lezama Lima. Pensé: sin duda se trata de los prodigios del azar providente. ¡Salud!

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