El muro de Chivas
Hace frío en la costa este de los Estados Unidos. Como si los gélidos vientos pretendieran mudarse de por vida a Nueva York.
Justo ahí, en la ciudad que nunca duerme, Chivas encontró refugio para alejarse de las críticas, los señalamientos y la pesadilla de una temporada perdida.
Y tuvo que ser en campo ajeno, lejos de de frontera, donde levantó su propio muro, donde defendió a capa y espada eso que tanto le ha costado en las últimas batallas: el gol.
Con uno de ventaja, y sabedor de su limitación ofensiva, no hubo más remedio que atrincherar ese tanto de la ventaja que los llevaría a la final por la supremacía de la zona.
Sin lucimientos, sin brillantez, sin pulcras formas, Chivas se aferró a la fórmula de conservación con la máxima fuerza que un niño utiliza en su mano para no soltar el caramelo. Y le resultó.
Nunca un cero tan esplendoroso para Chivas y nunca una noche tan placentera cuando en la GranManzana vieron a lo lejos el punzante fracaso que se escribía en Coapa.
Ni la lluvia, ni el Azteca a tope, intimidaron el poder de un serio y estudioso Toronto.
El América de las rabietas y los arrebatos fue incapaz de encontrar eso que muchas veces le ha sobrado a diferencia de su acérrimo rival: el gol. Uno nada más, que supo a poco cuando se requerían dos. (Y ninguno en contra).
América luchó, generó. Se quedó a centímetros de otro y a medio metro del que le hubiera dado el boleto para verse pronto con Chivas.
Pero las finales soñadas son justo eso. Por algo las llaman así. Las que sólo se imaginan conciliando el sueño o cayendo profundo en él. ¿Alguna duda? Real Madrid se quedó con ganas de enfrentarse al Barcelona en la final de Champions. Aunque en el fondo seguramente respiró de alivio al igual que Chivas de no toparse con América.