La cultura más allá de (Theodor) Adorno
...es decir, más allá de Theodor W. Adorno, padre de la concepción marxista de las industrias culturales, que postulara en 1944 al alimón con Max Horkheimer. En su visión, la industrialización de la cultura derivaría no solo en una hegemonía cultural —la de la cultura de masas—, sino en la homogeneización de un público enajenado en un discurso concebido para su domesticación política. Paranoide y elitista, la teoría iría perdiendo crédito cultural con el auge paulatino de los valores democráticos (ya liberales, ya socialdemócratas) y se vería derrotada en definitiva por la revolución digital, ésa que echara por tierra cualquier posibilidad de hegemonía cultural a partir de la atomización de las audiencias y la progresión algorítmica y rizómica del mercado para los productos culturales. Su mera formulación, sin embargo, tropicalizada y potenciada por el oportunismo del nacionalismo revolucionario, habría de bastar para hacer no poco daño a la política cultural mexicana.
En México, el Estado ha visto la cultura como un ruido incómodo, una herramienta de lucro político (si no es que clientelar), un accesorio elegante o, en el mejor de los casos, edificante. Como todo, de hecho, salvo como el factor de desarrollo no solo social sino económico que es. Sueñen Adorno y sus agonistas con las industrias culturales como correlato del Soma y el Newspeak; yo las veo no solo diversas, sino estratégicas para la economía de México. De acuerdo con el cálculo de Ernesto Piedras, economista estudioso de la cultura, las industrias culturales — definidas como las de propiedad de derecho de autor— producen actualmente 7.4 por ciento del PIB nacional (9 si se suma lo correspondiente al turismo exclusivamente cultural). Es menester entonces diseñar una política cultural que las conciba sector estratégico de la economía, que contemple proyectos de coinversión, créditos públicos, apertura de mercados. Es menester recordar que, cuando en tantos rubros deja nuestro país tanto que desear, en cultura somos una potencia. Capitalicémoslo.