Ni un vidrio…
Alo largo de su peregrinar por el país, López Obrador ha insistido que el suyo es un movimiento pacífico. De tanto repetir que “…no se ha roto ni un vidrio”, parecería que la frase ha hecho calle, como se dice en el argot publicitario. Pero ¿en verdad ha sido así?
Cierto, no hay registro que le muestre con una piedra en la mano frente a un enorme cristal de un edificio público (¿o de una empresa privada u organización de la sociedad civil?). Sin embargo, pese a su liderazgo social, su discurso ha ocasionado que se hayan roto cosas tanto o más importantes.
Se puede comenzar por la pérdida de confianza en las instituciones. Su insistencia, sin pruebas, sobre un supuesto fraude electoral en 2006 fue un primer golpe debajo a la línea de flotación de las instituciones electorales. Y a partir de ahí de muchas otras.
Se puede seguir con un desgarre del entendimiento y tolerancia social a partir de un discurso orientado a restar y dividir, a enfrentar a unos contra otros. Si bien cualquier elección significa confrontación, México viene encubando un peligroso gen de polarización social. La sensación de revancha a raíz del resentimiento generalizado abre una peligrosa fractura colectiva de proporciones inciertas.
Acaso nuestro personaje nunca ha roto un vidrio, pero tampoco se ha manifestado contra que sus seguidores lo practiquen como deporte. Le parecerá, por tanto, justo y necesario que los maestros de Guerrero o de la CNTE apedreen o destruyan edificios públicos, o que otros más tomen casetas de peaje. Si unos cobran derecho de piso —y capaz que son perdonados—, ¿por qué otros no han de cobrar derecho de paso?
Acaso de lo más preocupante es que se ha roto con la viabilidad de que México tenga en el corto plazo una fuerza política de izquierda moderna, que enfatice lo impostergable de lo social dentro de lo irremplazable del mercado; se ha roto con la obligación que tenemos de hacernos responsables de nuestros problemas, en vez de repartir en su lugar culpas a diestra y siniestra, juzgando y sentenciando a quien no piensa como uno; se ha roto con la obligación de dialogar y respetar a todos, comenzando por quienes piensan diferente. El episodio con el Consejo Mexicano de Negocios es un clavo más en el féretro de las oportunidades perdidas.
Nuestro país necesita una sacudida. El ánimo y diversos indicadores sociales así lo indican. Pero seguimos teniendo una enorme tolerancia ante el “delito menor”, ante quienes rompen vidrios de todo tipo porque siempre hay causas superiores que los justifican. Y sin embargo, resolver de fondo los graves problemas del país requiere arreglarlos cuando aún son pequeños, cuando se ha vandalizado la primera ventana del edificio y no la última. ¿O el 2 de julio quién va a recoger los vidrios rotos?