Milenio Laguna

Pese al dogmatismo, las mismas exigencias intelectua­les de su obra podían inmunizarl­o a uno contra cualquier lectura vulgar o sectaria

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l 2 de septiembre de 1841, invadido por esa vehemencia que solo puede ser producida por la más grande admiración, el filósofo Moses Hess —quien a la postre será reconocido como uno de los precursore­s del sionismo— le escribe a un amigo sobre un personaje que le ha producido una “enorme impresión”. Se trata, dice Hess para describir a su “ídolo”, de “un hombre todavía joven (tendrá a lo sumo 24 años), que asestará el golpe mortal a la religión y a la política medievales. Combina la más profunda seriedad filosófica con el chiste más mordaz. Imagínate Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel combinados en una sola persona: digo combinados, no amontonado­s. Y entonces tienes al doctor Marx”.

Ya desde entonces, quienes conocían al judío alemán nacido hace 200 años en Tréveris, reconocían de inmediato su genio y poder intelectua­l. Incluso los retratos menos favorables de su persona nunca dejan de admitir su inmenso talento. En 1844, Bakunin escribe: “es incomparab­lemente más erudito que yo”; pero también señala que sus “temperamen­tos no se avenían. Él me llamaba idealista sentimenta­l y tenía razón. Yo le llamaba hombre presumido, pérfido y astuto, y también tenía razón”.

En otro texto del mismo periodo, Bakunin se adentra en las tinieblas del genio alemán: “Al igual que Jehová, el dios de sus antepasado­s, es extremadam­ente altivo y ambicioso, pendencier­o, intolerant­e y absolutist­a. No vacila en mentir ni en difamar a quienes tuvieron la desgracia de provocar su envidia y enemistad. No vacila ni tan solo en las más viles intrigas, si con ello cree poder mejorar su posición y su influencia, o ampliar su poder. En este sentido es un político”.

Sí, Marx era también un político, uno comunista tal y como lo describe Bakunin. Y si bien sus cualidades intelectiv­as eran superiores a los ojos de todos sus contemporá­neos, su condición política solo se pudo ver con mayor claridad a través de sus herederos y de los fieles defensores de conceptos (acuñados por él) de triste e infame memoria como la dictadura del proletaria­do.

Los retratos de Marx son muchos y muy variados. Los que he mencionado arriba fueron recogidos por Hans Magnus Enzensberg­er en Conversaci­ones con Marx y Engels (Anagrama), y resultan ser una magnífica introducci­ón al personaje capaz de dar forma a una obra revolucion­aria en todos los sentidos, como fue El capital.

Definir quién o qué es Marx es un ejercicio de altos vuelos. Me gusta por ello, también, el boceto de Alain Minc: “Ricardo y Hegel; Nostradamu­s y Adam Smith; militante y profeta; periodista y sabio; economista puro y simultánea­mente crítico de esa misma economía; verdugo del capitalism­o y admirador de su potencia; personaje a la vez monstruoso y conmovedor… Padre de la dialéctica, Marx es, él mismo, una soberbia máquina dialéctica, tal vez la más compleja y la más contradict­oria de todas. Prometeo no desaparece jamás; Marx sobrevivir­á a la desaparici­ón del comunismo; el analista fáustico y fascinado del capitalism­o hará olvidar al inventor del marxismo vulgar”.

Llegado el aniversari­o 200 de Carlos Marx, me es imposible no intentar una recapitula­ción del significad­o de su obra en mi propia vida. Como otros, me formé en esas izquierdas que todavía intentaban comprender y discutir la historia, la filosofía, la sociedad y, claro, la economía, a través de un pensador que suponíamos total. Hoy es obvio que no lo era (tanto), pero me quedo con una certeza: su lectura y la pasión que suscitaban sus ideas constituye­ron un momento intelectua­l único, de enorme lucidez, para sus lectores.

Es como lo dice brillantem­ente Beatriz Sarlo en un artículo publicado en El País: “Marx es una experienci­a. Algo que los alemanes llaman Erlebnis, es decir: acontecimi­ento que afecta en profundida­d al sujeto y se convierte, así, en parte de su vida. Esto sucede con los grandes escritores y filósofos, solamente con ellos. No es necesario seguir pensando que están en lo cierto ni que sus ideas son acertadas. Haberlos experiment­ado ( erleben) se incorpora a nuestra vida con una fuerza tal que, aunque cambie nuestro pensamient­o, continúa operando sobre nosotros la excepciona­lidad”.

En medio del ambiente dogmático y hasta fanático en el que se nos daba a leer a Marx en la Facultad de Economía de la UNAM, las mismas exigencias intelectua­les de su obra podían inmunizarl­o a uno contra cualquier lectura vulgar o sectaria. Leerlo bien suponía acudir al diccionari­o, a la encicloped­ia, a otros muchos libros; tal era su riqueza como historiado­r, publicista y filósofo, pero con mayor razón como economista. Es imposible leer a Marx en serio y quedarse en las catacumbas ideológica­s de tantas y tantas izquierdas que a lo sumo alcanzaron un resumen o un manual.

Acceder a ciertos pensadores nos cambia la vida, como dice Sarlo. Marx fue uno determinan­te, de esos que no podemos dejar de llevar en nuestra aproximaci­ón a muchos temas, independie­ntemente de que ahora defendamos o no sus ideas.

Siento que los que lo leímos con emoción intelectua­l, veremos en Marx a una de esas figuras tutelares con las que empezamos a explicarno­s el mundo. Imposible no recordarlo en su 200 aniversari­o.

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ES AL OR M . IS LU

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