El otrora poderoso PRI
El PRI fue imbatible por décadas: una maquinaria para hacer de cualquier contienda un triunfo electoral, sin importar los métodos y las circunstancias. Durante siete décadas, todos los presidentes de la República surgieron del partido tricolor. En contraste, hoy luce vencido, sin fuerza, fracturado, sin propuesta, cercano a la aniquilación. En la historia de ese partido nunca llegó en tan malas condiciones a una contienda electoral como la que se avecina: desprestigiado, desairado, humillado. El grueso de la ciudadanía lo rechaza pese a que fue el partido que logró la estabilidad política de México, que definió las reglas de la sucesión presidencial sin alterar la paz social y diseñó un camino para iniciar la modernización económica de México. Para hacerlo se apoyó en la autocracia. Bajo este sistema, la economía creció significativamente. Hubo logros para las clases bajas y medias y los de “arriba” se enriquecieron; fue la época del “desarrollo estabilizador” que combinó expansión económica sin democracia liberal.
Las circunstancias cambiaron. Una parte de la ciudadanía, a partir de 1968, empezó a discrepar del modelo político, pese a los avances económicos. Para citar a un clásico de la literatura política, Seymour Martin Lipset, a “mayor desarrollo económico más democracia”. Esa premisa no se cumplió en el México del desarrollo estabilizador. Se pasó por alto. Se apostó al crecimiento económico que, por cierto, se desdibujó a partir de los años 70. Además, no hubo la apertura suficiente para que el sistema político dejara a un lado su carácter autoritario. Echeverría (1970-1976) impulsó una “apertura democrática” que se quedó más en el terreno de la retórica, no en cambios políticos de fondo.
No sería hasta 1977, cuando Reyes Heroles define una reforma política que abriría al sistema a la disidencia. El Partido Comunista, clandestino desde 1919, fue reconocido como un actor político: era la incorporación de los poderes “informales” a los poderes reales del sistema; en otras palabras, se diseñó su control. El sistema empezó, sin embargo, un proceso de pluralización y de competencia.
Se reconoció el triunfo de la gubernatura de Baja California (Ruffo-PAN en 1989). Luis Donaldo Colosio fue el artífice de ese reconocimiento, como presidente el PRI. Pasaron 60 años, desde la fundación del PNR, para que el partido de Estado reconociera una derrota electoral de ese calibre. La competencia política incrementaba la legitimidad del sistema. México iniciaba una nueva fase de desarrollo político, la que se generalizaría, aunque tímidamente, en el transcurso del tiempo. Sin embargo, el PRI no nació ni fue fundado para competir; fue constituido para avasallar. En 2000, pero sobre todo en 2006, el otrora partido imbatible enfrentó una derrota devastadora: obtuvo 22 por ciento del sufragio. En 2018, como lo indican las actuales tendencias electorales, el PRI sufrirá una derrota aún más severa. El prestigio de su candidato Meade no es capaz de compensar las rapacerías de su “partido” y del gobierno que lo acoge. Habrá que empezar a pensar cómo será el nuevo PRI a partir del 1 de julio. Su poderío, por ahora, luce diluido. Para sobrevivir es necesaria su refundación.
Habrá que empezar a pensar cómo será el nuevo PRI a partir del 1 de julio; su poderío, por ahora, luce diluido y para sobrevivir es necesaria su refundación