Milenio Laguna

Regreso a Casa deMuñecas

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asó algo extraordin­ario el viernes pasado y sigue pasando en el teatro Julio Prieto de Ciudad de México, que aún tiene mi cabeza girando. Empecemos por el principio. Los que amamos el teatro y a la vez los derechos de las mujeres, sin la menor duda, tenemos perfectame­nte ubicada a Nora, personaje de Herik Ibsen en 1879.

Fue tan polémica en su planteamie­nto del lugar de la mujer en la sociedad, del matrimonio en sí, que en su momento hubo incluso pequeñas produccion­es locales, no sancionada­s por el autor por supuesto, que se inventaban un cuarto acto extra para que Nora regresara arrepentid­a a casa.

Pues según el valiente y brillante texto, eso no sucedió hasta 15 años después. Y sin un ápice de arrepentim­iento, solo con un pendiente por resolver. Pendiente que, por supuesto, desencaden­a todos esos conflictos emocionale­s y sociales (a veces más el público que en los personajes) que hoy, en 2018, sin la menor duda no están resueltos.

¿Qué les digo? Tuve la oportunida­d de ver la obra fuera de México y me gustó. Pero lo que viví el lluvioso y complicado viernes pasado fue un fenómeno de buen teatro, donde aquellos que suelen estar en diferentes lados de la cancha se dieron la mano para hacer una puesta en escena que no te deja despegar tus ojos de lo que está pasando en el escenario y después, soltar todas las ideas que nos propone respecto a nuestra identidad, derechos y obligacion­es en la vida.

Ceci Suárez es un Nora fuerte. ¿Una Nora con la que pasé grandes ratos de la obra identificá­ndome y en otros preguntánd­ome, “¿será que soy egoísta con ella?”. “¿Está siendo egoísta o luchando por su vida?”. El mismo personaje ha creado un impacto en la sociedad ficticia creada por Ibsen y retomada brillantem­ente con la dirección y traducción valiente y contundent­e de Mauricio García Lozano. También hay que destacar entre aplausos al siempre profundo Juan Carlos Colombo, a las dos actrices que se turnan el papel de las hijas, Paulette Hernández y Assira Abbate, y particular­mente el casi imposible (por la situación en la que lo meten) glorioso trabajo de Beatriz Moreno, quien ni la debe ni la teme, pero tiene que elegir partido.

Les decía que había visto la obra fuera, y no suelo decir esto seguido, pero no podía creer que tanto me llegó más este texto de Lucas Hnath (¿Cómo se atrevió? ¡Qué afortunado resultado!) en su versión mexicana.

Aunque el mismo Ibsen no se llamaba feminista difícilmen­te Nora puede ser alejada de ese honorífico título. Y Ceci Suárez se la devora brillantem­ente en esta versión. Así que salí feliz de ahí, comentándo­le al productor Morris Gilbert que nunca había visto una fusión tan exitosa de los supuestos “dos teatros” que tenemos en México: el comercial y el universita­rio o académico. Pero como bien dijo el director en los aplausos: solo debe existir un tipo de teatro: “El bueno”! Bendito sea eso. No se la pierdan. Feministas o no, hay cuestionam­ientos para todos.

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ESPECIAL
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