Matar a la política
Quizá la mayor herencia política de Lázaro Cárdenas no está en la aceleración de la reforma agraria o en la expropiación petrolera. Quizás su mayor aportación a la política nacional fue cortar la costumbre entre revolucionarios de eliminarse físicamente, como hizo Carranza con Zapata, Obregón con Pancho Villa y muchos otros más que fueron asesinados por sus enemigos. Lázaro Cárdenas, en lugar de mandar matar a Calles, simplemente lo exilió del país. Y cortó así una costumbre que ya se estaba haciendo tradición. Pero la tentación de acabar físicamente con el enemigo vuelve de cuando en cuando y no falta quién la justifique. Es una vieja historia, como cuando los senadores romanos apuñalaron a Julio César, dando razones que a más de uno le siguen pareciendo válidas. Y sí, en efecto, Julio César atravesó el Rubicón y llegó con su ejército a Roma, a pesar de la prohibición del Senado, concentrando el poder, a expensas del mismo. Pero su asesinato no resolvió el problema. Únicamente provocó una guerra fratricida que no detuvo la debacle del Senado y la tendencia de la República a ser dirigida por un emperador. En México, hacia finales del siglo pasado, la civilidad política que había construido Lázaro Cárdenas se acabó cuando se perpetraron las muertes de Colosio y de Ruiz Massieu. La tentación de acabar con los problemas por medio de la violencia y el asesinato siguió rondando, por ejemplo, entre quienes veían al obispo Samuel Ruiz como un estorbo. Por suerte, esa racha se detuvo allí. Sin embargo, ahora parecería que la barbarie ha regresado a nuestro país. Las decenas de asesinatos de políticos es la trágica prueba de ello. Nos hemos vuelto a acostumbrar a que las cosas “se resuelven” así, con la violencia y la desaparición física del enemigo. Lo más triste es que la confrontación política, alimentada por la intolerancia y el odio, está reclutando simpatizantes, que por supuesto no tienen idea de lo que están alimentando. Convertir al contrincante (llámese empresario, socialista, intelectual o sindicalista) en enemigo, miembro de la mafia del poder o comunista comeniños es el camino más rápido a esa barbarie. Matar a un político es matar a la política, que es el único medio para entendernos entre personas que pensamos distinto. Pensar en la eliminación física es el recurso de aquellos que, habiéndose escudado en la democracia, ahora reniegan de ella porque no les conviene.