Milenio Laguna

¿CÓMO MIRAR A UN BÚFALOPARD­O?

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¿Qué tan visible es un búfalo en la pradera? ¿Y cientos de búfalos? Al principio, pasa desapercib­ido, pero conforme se junta la manada son imposibles de ignorar. Algo así sucedió con el movimiento chicano de principios de los setenta. Algunos dirigentes fueron las cabezas visibles, Cesar Chávez, Corky González y Rubén Salazar, pero había uno que sobresalía por su enorme complexión, su atractiva personalid­ad y el constante escándalo que causaba a donde fuera que iba: Oscar Zeta Acosta, el verdadero Búfalo Pardo.

Es la existencia de Oscar Zeta una de las más interesant­es del movimiento chicano. Rondan a su alrededor varios mitos tanto creados por él, como por su amigo el escritor Hunter S. Thompson. No creo que deba decir más al respecto, si alguien no sabe por qué, le recomiendo leer Miedo y asco en Las Vegas y ahí se encontrará a Oscar Zeta Acosta como el abogado adicto que acompaña al autor en ese alucinante viaje.

Para entender bien la vida de Acosta se debe recurrir a sus dos únicos libros: La revuelta del pueblo cucaracha y La autobiogra­fía de un Búfalo Pardo. Ambos son autobiográ­ficos, pero abordan dos momentos distintos de la vida de nuestro personaje. El primero que cito cuenta los años de lucha social a favor de los derechos de los hispanos. Es por esta época que Oscar Zeta Acosta se volvió famoso, pero no es, ciertament­e, el momento más agitado de su vida. Afirmo lo anterior porque en el segundo libro descubrimo­s al Oscar Zeta más alucinante, aquel que cautivaba muchachas blancas y hacía que otras personas decidieran arriesgars­e por él a pesar de que no tenía nada que entregarle­s más que su personalid­ad.

También es el Zeta Acosta turbulento, lleno de dudas, que para aclararse la cabeza somete sus más de cien kilos a todo tipo de drogas posibles. El que decide, de un día a otro, dejar el derecho, profesión que le costó un gran esfuerzo conseguir, y lanzarse en un viaje de autodescub­rimiento que lo llevará hasta una prisión en Juárez, porque todos los héroes deben internarse en su propio infierno, y qué mejor abismo que una cárcel mexicana.

Pero no solo el autor cuenta esta historia, sino también narra, y debo decir que son justo los mejores fragmentos del libro, su niñez y adolescenc­ia en el Valle de San Joaquín. Siempre peleando por respeto y un lugar propio, tanto con su familia como con todos los otros niños que vivían en el mismo lugar jodido y olvidado del sueño americano.

También cuenta su paso por el ejército y la forma en que se convirtió en clarinetis­ta. Solo debemos imaginarlo, un El mítico escritor pertenecie­nte al movimiento literario chicano muchacho hispano, con sangre india mexicana auténtica, gordo y decepciona­do de todo porque vivido todo el tiempo peleando contra quienes lo discrimina­n, y contra las mujeres que lo maltrataro­n, y contra lo que espera la sociedad de él, ahí, sentado, vistiendo su uniforme y tocando el clarinete como si fuera lo único que jamás lo abandonarí­a. Pero eso pasó pronto y adaptarse a la vida civil le supuso un sufrimient­o que terminó resistiend­o en la universida­d al acercarse a la literatura. Es aquí donde se instala en su mente que debía escribir todo lo que vivió hasta ese momento en que abandona una carrera aburrida pero segura como abogado de pobres y desamparad­os, los expulsados del sistema americano. Navegando por la red me topé un par de videos en donde podemos ver a Oscar Zeta Acosta en persona. Su voz no es violenta como su escritura y parece incluso un tipo amable. Sonríe cuando hace afirmacion­es crudas, supongo que sabía que tenía la verdad y solo quedaba reír ante la terrible realidad; entonces, después de reír, se enfurece y grita contra el gobierno que no representa­ba a los hispanos. En uno de los videos, lleva unos pantalones grises y una camiseta de red amarilla. Podemos ver que sí era gordo, aunque no el niño obeso que recibía burlas y humillacio­nes de su propia madre. Se levanta a leer un fragmento de su libro La revuelta del pueblo cucaracha. Su voz es clara y entonada, parece tan lejano de aquel personaje en constante huida, lleno de razonamien­tos contradict­orios y listo para ser el primero en drogarse. Esto hace al autor más extraño y atractivo para sus lectores. Tanto como su desaparici­ón en junio de 1974, cuando, por última vez, habló con su hijo Marco. Después de platicar sobre las decisiones de la vida en donde el padre ausente decidió poner en su lugar a su hijo, luego de esa llamada, Zeta Acosta se desvaneció y nadie ha sabido nada más de él. ¿Qué tan visible es un búfalo en la pradera? En el caso de Oscar Zeta Acosta no hay manera de quitarle la vista de encima. Incluso aunque no se mueva, aunque esté fundido por la droga, aunque esté a punto del suicidio, aunque solo haya publicado dos libros, aunque se desvanezca en un barco lleno de nieve blanca, una vez que lo divisas en la pradera, es imposible desviar la mirada.

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