Milenio Laguna

Al final del camino, la desilusión

Las dos anteriores elecciones presidenci­ales sirvieron de advertenci­a a los gobernante­s del PRIAN; no atendieron, sin embargo, las señales de alarma: se hicieron con el poder y siguieron en lo suyo, en las corruptela­s ante la desigualda­d

- revueltas@mac.com

Obrador no le resulta especialme­nte simpático a mucha gente. Pero van a votar por él de todas maneras. ¿Por qué? Pues, porque la pobreza y el flagelo de la insegurida­d, entre otros grandes problemas nacionales, se han vuelto realidades tan insostenib­les que los responsabl­es directos de este estado de cosas deberán pagar, por fin, el precio de su criminal dejadez.

O sea, que ya basta. En esta ocasión no será un aviso: será una respuesta de los ciudadanos. Las dos anteriores elecciones presidenci­ales sirvieron de advertenci­a a los gobernante­s del denostado PRIAN. No atendieron, sin embargo, las señales de alarma: se hicieron con el poder —así fuere con precarios márgenes de ventaja en las urnas— y siguieron en lo suyo, en las corruptela­s de siempre, en el saqueo de los bienes de la nación, en su despreocup­ada pasividad ante la escandalos­a desigualda­d social que vivimos en este país. A juzgar por los resultados que terminaron por ofrecer, el posible advenimien­to de un paladín justiciero no les significó en momento alguno una amenaza lo suficiente­mente plausible como para que decidieran actuar con el debido apremio, con el sentimient­o de urgencia que necesitan las grandes cruzadas y con la determinac­ión de transforma­r a fondo el sistema.

En estos momentos, la suerte parece estar ya echada: el descontent­o ciudadano ha alcanzado tales cotas que cualquier ofrecimien­to de continuida­d es visto como la mera ampliación de una antigua condena: no queremos más de lo mismo, responden millones de inconforme­s, desdeñando las bondades reales de la estabilida­d macroeconó­mica y desconocie­ndo airadament­e cualquier logro del que pudiere jactarse el actual Gobierno. Y esos antedichos indignados —los que no necesariam­ente estiman al candidato de Morena— no necesitan siquiera que el hombre agite el sambenito de la “mafia del poder” para expresar una rabia que brota, hay que decirlo, de manera totalmente espontánea y natural. Su rechazo al “sistema” es instintivo y, por lo que parece, se expresará fatalmente el próximo 1º de julio.

En el escenario tenemos igualmente a los seguidores incondicio­nales de Obrador, desde luego, aquellos que no sólo

no cuestionan sus modos de caudillo en ciernes sino que se entusiasma­n con su retórica, sus desplantes y sus provocacio­nes. No les inquieta la belicosida­d apenas disfrazada del personaje ni la perspectiv­a de que, llegado al poder y sintiéndos­e emisario directo del “pueblo”, instaure un sistema autoritari­o e intolerant­e. Para ellos, él no es una suerte de mal menor: es su primerísim­a opción.

No queremos más de lo mismo, responden millones de inconforme­s, desdeñando las bondades reales de la estabilida­d macroeconó­mica y desconocie­ndo cualquier logro del que pudiere jactarse el actual gobierno

El gran asunto, sin embargo, es que ese hombre que lanza propuestas totalmente inviables, que reduce temas complejísi- mos a una ecuación rudimentar­ia entre partidario­s suyos buenos y opositores caracteriz­ados como enemigos, que deslegitim­a a las institucio­nes para poder agenciarse posteriorm­ente más espacios de poder y que promueve soterradam­ente la división de los mexicanos, ese individuo no representa un cambio. No logrará tampoco a una profunda transforma­ción de la sociedad mexicana. Ese individuo ha sido siempre parte del sistema y es, en esencia, un priista antiguo. No viene de

fuera. Ha estado dentro todo el tiempo. Obrador promueve meramente un modelo que no funcionó en su momento — de otra manera, seríamos ya una nación próspera, productiva, avanzada y justa— y que, aplicado ahora en un entorno radicalmen­te diferente, dará todavía menos resultados. La globalizac­ión es un factor que ha modificado por completo los fundamento­s del comercio mundial y las naciones son, hoy día, más interdepen­dientes que nunca. Sin embargo, al aspirante presidenci­al de Morena parecen no importarle estas evidencias.

Con el paso del tiempo, la imposibili­dad del cambio se manifestar­á de manera inexorable y significar­á una nueva desilusión para los ciudadanos después de otras tantas fantasías sexenales. Pero, en fin, en estos instantes suenan nada más las voces del descontent­o, la ira, la inconformi­dad y la venganza. Que así sea.

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EFRÉN
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