Milenio Laguna

El más violento panorama de la nueva delincuenc­ia

- CARLOS PUIG Twitter: @puigcarlos

Tal vez sea el estado de Guanajuato el mejor (y trágico) ejemplo para tratar de descifrar cómo ha cambiado y cuál es la nueva naturaleza del crimen organizado y la violencia en México.

Según datos de la organizaci­ón México cómo Vamos, el estado ha crecido en este sexenio casi el doble que el país, es la tercera entidad con mejor crecimient­o. Está cerca de cumplir sus metas de creación de empleo formal. En cuanto a la proporción de la población que no puede adquirir la canasta alimentari­a con el ingreso provenient­e del trabajo de su hogar, Guanajuato fue el séptimo estado con la mayor caída en pobreza laboral en los últimos cinco años; disminuyó de 41.1% a 36.3% de la población. Esta caída de 4.8 puntos porcentual­es fue reflejo de un crecimient­o real de los ingresos laborales per cápita de 14% durante el mismo periodo, mientras a escala nacional se deteriorar­on 2% real.

Al mismo tiempo, Guanajuato cerró el periodo enero-marzo en tercer lugar a escala nacional por homicidios dolosos y ocupó la primera posición en aquellos en los que se utilizó un arma de fuego, la mayoría de ellos según la propia autoridad están relacionad­os con homicidios vinculados al crimen organizado.

Al cierre del primer trimestre de 2018, la entidad registró 552 homicidios dolosos de los cuales en 460, es decir 8 de cada 10 asesinatos cometidos en el estado, se utilizó algún tipo de arma de fuego, en esta modalidad el estado superó a entidades como Baja California, Guerrero y el Estado de México.

Guanajuato se ha vuelto el centro de la disputa por el robo de combustibl­e en el país, el estado, según Pemex, con mayor número de tomas clandestin­as al final de 2017.

Es una delincuenc­ia que tiene poco que ver con el narco, más allá que sean las mismas organizaci­ones, o afiliadas entre ellas las que se dedican a uno u otra cosa. Y juzgar por los números tiene poco que ver con la pobreza o la falta de trabajo.

Es una delincuenc­ia que necesita, por ejemplo, de control territoria­l y por lo tanto de arreglos políticos, y en tiempos electorale­s, eso significa muerte como hemos visto en estos meses.

Es una delincuenc­ia que necesita de distribuid­ores y consumidor­es locales de aquello que roba y por eso vemos comunidade­s enteras dedicadas a lo mismo.

No hay elección ni buena voluntad que pare esta nueva violencia.

Y en los planes de los candidatos no parece haber muchas ideas tampoco.

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