Milenio Laguna

Problemas de agenda

- NICOLÁS ALVARADO

Manifestad­o por Joaquín López-Dóriga a Ricardo Anaya en el programa televisivo Tercer grado: “Haces tu conferenci­a de prensa [todos los días a las 7] para fijar tema: ésa es la estrategia. Y resulta que, como las propuestas de Meade, [las tuyas] no trasciende­n… Eres el mejor de los candidatos, sin duda, para exponer pero… estamos rehenes de lo que diga Andrés Manuel López Obrador”.

Anaya, escueto y elegante, responde que lo que se propone en esas conferenci­as de prensa es “plantear cosas concretas que no sean necesariam­ente parte del pleito y del debate diario”. Y tiene razón. Como tiene razón López-Dóriga en afirmar que quien “marca agenda” — quien determina de qué hablarán cada día los actores públicos, los medios y las redes sociales— es el abanderado de Morena. Elaboro sobre lo dicho por Anaya: si López Obrador logra acaparar los reflectore­s y provocar las reacciones es porque se lo permitimos.

La nuestra es una sociedad estridente: lo era bajo el imperio de los medios, lo es más bajo el de las redes sociales. Atendemos solo aquello que nos entretiene, y nada nos entretiene más que lo que concita el morbo, el escándalo, la indignació­n. Que si detener la construcci­ón de un nuevo aeropuerto capitalino ya en curso, con el dispendio que ello supondría. Que si perdonar al crimen organizado y a los funcionari­os corruptos por decreto presidenci­al. Que si invertir millones en habilitar un centro cultural en una de las demarcacio­nes que más infraestru­ctura para las artes concentra tan solo por el valor simbólico — o de mercadotec­nia política— que ello entraña. Ocurrencia­s estridente­s concebidas no para el apuntalami­ento de la República, sino para el paroxismo de la galería, asumidas en tanto provocació­n por una clase política que se engancha a la primera, amplificad­as por unos medios dispuestos a todo por unas décimas de

rating o unos cuantos hits más. La culpa no es, pues, de Anaya. Y ni siquiera de un López Obrador que no hace sino aprovechar nuestro talante en su favor. La culpa, mucho me temo, es nuestra.

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