Fela Fábregas
o puedo imaginarme una familia que haya cautivado tanto mis emociones y pasiones en diferentes etapas de mi vida como lo fueron los Fábregas o Sánchez Navarro. Siendo una absoluta enamorada del teatro, sobre todo el musical, la conclusión sería que precisamente por eso mi fascinación. Pero siempre he sabido que eso fue al revés. Gracias a ellos (y a mis padres que quizá se aventaron conmigo El diluvio que viene unas 47 veces en mi infancia) es que encontré un camino que no solo ha guiado mi vida profesional, sino que también me ha acompañado en mi existir emocional.
Cuando llegó mi hora de elegir qué carrera quería estudiar, mis padres temían un poco por mi futuro y no querían que estudiara actuación. Así que acabé en una licenciatura adecuada para alguien que sabía que quería pasar toda su vida escribiendo, viendo obras de teatro, cine y parándome frente a escenarios, cámaras o micrófonos para hacerlo.
Pero paralelo a esta carrera, jamás dejé de terquear y así es como me descubrí pidiendo informes en el Centro Cultural Virginia Fábregas, junto con otra amiga con quien compartía esta pasión. Después de conocer a Fela (y mi ahora amiga y gran actriz Laura Luz, que por algún motivo estaba en la escuela platicando con nosotros y dándonos consejos) decidí que tenía que vender mi ropa y lo que pudiera para inscribirme sin que mis papás supieran. Ya estaban pagando una colegiatura y tenían miedo del mundo artístico (deberían haberle tenido miedo al periodístico, pero esa es otra historia).
¿Qué les digo? Sin duda de las mejores experiencias de mi vida. Incluyendo cuando Fela Fábregas nos regañaba por “no tenerle el suficiente respeto al teatro cuando nos invitaban a las funciones y, como adolescentes que éramos, nos comportábamos como tales. Con el tiempo aprendí que había sido una lección de honor la que nos dio en esos tiempos esta formidable mujer. En esos tiempos estaban acabando de construir los otros teatros detrás del San Rafael y el Virginia Fábregas y todavía nos tocó ver cómo don Manolo fue a ver parte de su legado junto con su mujer. Hasta la fecha me saca lágrimas pensar en ese día.
Pasaron los años y un día pude hacer un gran reportaje de la familia Fábregas y le conté todo esto a Fela. Ese día me platicó tantas historias, compartimos tantas anécdotas, vi tantas fotos familiares. Le dije que en mi mente la voz de Dios era la de Manolo Fábregas, por El diluvio que viene. No sé qué pensó de eso, pero sonrío. Un día nos encontramos en Broadway con su adorada hija Mónica Sánchez Navarro y vimos Evita (sin Ricky Martin). Fue alucinante.
No fueron sencillos los últimos años de doña Fela, quien con ese fuerte carácter jamás dejó de ir a su oficina y a buscar mantener sus teatros siempre llenos. Después del fiasco cuando le rentaron el maravilloso San Rafael para ese extraño y fallido experimento de Juan Gabriel el Musical (no quiero acordarme ni cómo le pusieron) mi querido Claudio Carrera nos volvió a poner en contacto, ya no cómo periodista sino como traductora y adaptadora. Fela Fábregas tenía muchos planes y ese día hace algunos meses, me contó más de lo que me imaginé que jamás me diría. Se abrió completamente y una vez más pude agradecerle a ella, a su esposo, a su maravillosa familia, lo que había hecho, no solo por el teatro sino por la vida de tantos de nosotros. Cada quien tiene su historia, pero en la mía jamás dejaré de agradecer el trabajo, la disciplina y sobre todo el apasionado amor al teatro de los señores Fábregas.