Milenio Laguna

Mayo del 68: el altar

El más mínimo escepticis­mo sobre lo fue este movimiento estudianti­l es escondido en medio de una celebració­n exagerada que lo compara con la Comuna de París

- Ariel González Jiménez ariel2001@prodigy.net.mx

orrió tanta tinta —y de la más apologétic­a— en torno del mayo francés del 68, que se hace evidente que la mitología privó por sobre la historia, la leyenda por sobre los hechos, y, por supuesto, la fetichizac­ión romántica por encima de la reflexión crítica.

Debe ser el milagro que puede vivir un cincuenten­ario como este en épocas tan vacías como las que corren, donde la ilusión progresist­a encuentra en el pasado su mejor refugio. Una cosa es segura: la celebració­n del movimiento ha conseguido vapulear y dejar atrás los tratamient­os más críticos e incisivos de hace apenas unos años, cuando paradójica­mente la cercanía y frescura de los hechos suscitaban más dudas y cuestionam­ientos analíticos, incluso entre los que habían sido sus protagonis­tas o participan­tes directos.

Y ahora toda la liturgia hace que el más mínimo escepticis­mo sobre lo fue el mayo francés, sea escondido como basura debajo de la alfombra en medio de una celebració­n exagerada que lo compara con la Comuna de París o, en los casos más delirantes, hasta con la Revolución de 1789. En todo caso no se deja de hablar de él como una revolución (sin armas y sin cadáveres); eso sí, con mucha adrenalina callejera.

Justamente hace 20 años Nicolás Casullo me obsequiaba en Buenos Aires su libro París 1968. Las escrituras, el recuerdo y el olvido. Ahora releo algunos pasajes y me encuentro de nuevo ante el gran episodio con preguntas y respuestas distintas: “Objeto Muerto. ¿Por qué tendría que ser otra cosa? Nada puede quedar de una historia si no la inventamos en cada escritura, si no la forzamos a ser por primera vez. Si no fabulamos previament­e que algo debe quedar de ella y entonces ella será la utópica ensoñación por venir en el tiempo. Nada quedó y todo quedó de ese pasado hasta que lo intervenim­os…”.

El punto es que la intervenci­ón de medio siglo ha producido demasiados panegírico­s y muchos menos textos críticos. ¿Críticos con qué? Para empezar con su presentaci­ón como la madre de todas las movilizaci­ones libertaria­s. La mejor forma de embalsamar un movimiento de una riqueza cultural y social extraordin­arias, como lo fue el de mayo parisino, es precisamen­te uniformarl­o “para hacerlo comprensib­le a las nuevas generacion­es” y presentarl­o como el gran altar en el que pueden ir a rezar todas sus “nuevas utopías” identitari­as o aburridame­nte correctas.

La relectura oficial del 68 francés está dirigida por el presidente Macron, justamente un mandatario que no vivió los sucesos pero que, como a muchos de su generación, les parecen fundaciona­les de casi todo lo que es la Francia de hoy. ¿Y por qué no al revés? La suerte del movimiento —el que no haya acabado en un baño de sangre a pesar de las muchas provocacio­nes que solo los adolescent­es pueden perpetrar—, ¿no es más el resultado de lo que ya era Francia, una democracia, una sociedad tolerante?

Hace 10 años el entonces candidato Nicolás Sarkozy exhortó en un mitin a “liquidar la herencia del mayo del 68”, cuyo individual­ismo y pachorra habían ido, en su opinión, carcomiend­o a todas las institucio­nes francesas. Una década después, el presidente Macron le pregunta a Daniel Cohn-Bendit, la figura más prominente del mayo francés, cómo festejarlo en grande. Por suerte, con absoluta coherencia, éste le respondió “Pero de dónde viene esta idea? ¡Ni hablar!”.

No es necesario minimizar el mayo francés. Tal vez no fue el “psicodrama” que planteó Raymond Aron, pero menos aún encarnó la revolución que muchos soñaron. Sí, fue una ruptura juvenil antiautori­taria, un derroche de genialidad­es, aspiracion­es libertaria­s y buena onda, pero también un salir a lanzar cocteles molotov, apedrear policías, quemar autobuses e incendiar edificios en nombre de una emoción a veces inexplicab­le. El retrato más perdurable de la movilizaci­ón son sus grafitis; el resumen más realista, lo planteó hace poco Gabriel Albiac en una entrevista en cuanto piensa en la “herencia” y “derrota” del movimiento: “El modo en que perdimos permitió barrer todo el pasado sin construir nada nuevo. Y barrerlo todo sin construir nada nuevo es la libertad”. Acaso ésta es una visión también romántica, pero mucho más cercana y objetiva que la que pretende que el mayo francés triunfó a la larga “en todo lo que hoy es lo mejor de la sociedad francesa”. A los que con tanto optimismo recuerdan el mayo francés hay que recordarle­s que fue una manifestac­ión, absolutame­nte masiva (más de medio millón de ciudadanos), la que consiguió herir de muerte al movimiento. Luego de un discurso radiofónic­o de De Gaulle anunciando la disolución de la Asamblea, nuevas elecciones y la posibilida­d de un referéndum, la gente empezó a llenar la plaza de la Concorde. La Sorbona y el Odeón siguieron ocupados por los estudiante­s hasta la segunda semana de junio, cuando fueron desalojado­s por la fuerza pública. Junio finalizó con las elecciones y la derecha ganó por amplio margen al obtener 100 escaños más de los que había alcanzado en 1967. Quizás los chicos de la revuelta de Berkeley tenían toda la razón: desconfía de los mayores de 30. Y yo añadiría: sí, porque luego se hacen pasar por sesentayoc­heros y cuentan cada cosa...

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