La inconmutable sentencia de las encuestas
Las huestes del candidato puntero cacarean ventajas abultadísimas y, encima, totalmente irreversibles. Como han publicado números favorables, los sondeos de opinión se han vuelto, de pronto, confiables, creíbles y legítimos. No lo eran, antes, cuando las cifras avisaban de que un Calderón cerraba la brecha o de que un Enrique Peña llevaba la delantera. Eran instrumentos de la “mafia del poder”. Ahora, no: hoy, las casas encuestadoras reflejan directa y fielmente el sentir del pueblo y, en su nueva condición de emisarias de la causa suprema, anuncian ya de manera tan contundente el desenlace que, bueno, lo de las elecciones será un mero trámite.
El propio candidato de Morena exhibe también modos de ganador y cada vez que se entera de cuestionamientos y críticas — o que alguno de sus retadores en los debates se le pone bravucón— entonces lo primerísimo que suelta es que él va arriba. No necesita, pues, de argumentaciones ni de esclarecimientos: el simple hecho de contar con el respaldo de millones de votantes legitima sus propuestas en automático. ¿No estás de acuerdo conmigo en que vaya a parar la construcción del nuevo aeropuerto, que quiera yo amnistiar a criminales, que propugne la autosuficiencia alimentaria o que asegure educación universitaria a todos los mexicanos, independientemente de su coeficiente intelectual y su disposición al esfuerzo disciplinado? ¿No me crees que basta con mi mera honradez para que se resuelva el morrocotudo problema de la corrupción en este país? Pues, mira, me importa un comino: el pueblo — que es intrínsecamente sabio— me apoya. El pueblo está conmigo. Es más, ya alcanzamos el 50 por cien de las preferencias y vamos a lograr la mayoría absoluta.
Ahora bien, se han publicado igualmente algunas encuestas que no le conceden tan descomunal delantera a Obrador y, por ahí, aquellos de nosotros que deseamos el triunfo de Anaya — en tanto que va en segundo lugar— pensamos que las tendencias podrían revertirse en la recta final. Y es que una diferencia de siete o nueve puntos porcentuales ya no parece tan lapidaria.
Ah, pero la victoria del caudillo ya está cantada. Cualquier otro posible desenlace significará un fraude. Él nos advierte, además… ¡que soltará al tigre! ¡Ay, mamá!