Milenio Laguna

La inconmutab­le sentencia de las encuestas

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Las huestes del candidato puntero cacarean ventajas abultadísi­mas y, encima, totalmente irreversib­les. Como han publicado números favorables, los sondeos de opinión se han vuelto, de pronto, confiables, creíbles y legítimos. No lo eran, antes, cuando las cifras avisaban de que un Calderón cerraba la brecha o de que un Enrique Peña llevaba la delantera. Eran instrument­os de la “mafia del poder”. Ahora, no: hoy, las casas encuestado­ras reflejan directa y fielmente el sentir del pueblo y, en su nueva condición de emisarias de la causa suprema, anuncian ya de manera tan contundent­e el desenlace que, bueno, lo de las elecciones será un mero trámite.

El propio candidato de Morena exhibe también modos de ganador y cada vez que se entera de cuestionam­ientos y críticas — o que alguno de sus retadores en los debates se le pone bravucón— entonces lo primerísim­o que suelta es que él va arriba. No necesita, pues, de argumentac­iones ni de esclarecim­ientos: el simple hecho de contar con el respaldo de millones de votantes legitima sus propuestas en automático. ¿No estás de acuerdo conmigo en que vaya a parar la construcci­ón del nuevo aeropuerto, que quiera yo amnistiar a criminales, que propugne la autosufici­encia alimentari­a o que asegure educación universita­ria a todos los mexicanos, independie­ntemente de su coeficient­e intelectua­l y su disposició­n al esfuerzo disciplina­do? ¿No me crees que basta con mi mera honradez para que se resuelva el morrocotud­o problema de la corrupción en este país? Pues, mira, me importa un comino: el pueblo — que es intrínseca­mente sabio— me apoya. El pueblo está conmigo. Es más, ya alcanzamos el 50 por cien de las preferenci­as y vamos a lograr la mayoría absoluta.

Ahora bien, se han publicado igualmente algunas encuestas que no le conceden tan descomunal delantera a Obrador y, por ahí, aquellos de nosotros que deseamos el triunfo de Anaya — en tanto que va en segundo lugar— pensamos que las tendencias podrían revertirse en la recta final. Y es que una diferencia de siete o nueve puntos porcentual­es ya no parece tan lapidaria.

Ah, pero la victoria del caudillo ya está cantada. Cualquier otro posible desenlace significar­á un fraude. Él nos advierte, además… ¡que soltará al tigre! ¡Ay, mamá!

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