Milenio Laguna

Tadeo, el bebé y los cuatro hijos de puta de Jalisco…

- JUAN PABLO BECERRA-ACOSTA jpbecerra.acosta@milenio.com Twitter: @jpbecerraa­costa

Alexis Tadeo Velázquez de la Rosa. Ese era su nombre ante el Estado mexicano, pero le decían Tadeo. Tenía ocho meses. Apenas iban a bautizarlo el sábado pasado. Sus padres preparaban el festejo: ya habían pagado la comida y el pastel, pero finalmente su bautizo no ocurrió. Su primera fiesta católica tuvo que ser cancelada. En lugar de la celebració­n religiosa, el pequeño fue enterrado en un diminuto ataúd blanco, en el Panteón de Santa Ana Tepetitlán, en Zapopan, Jalisco, porque justamente hace una semana, el lunes pasado, un comando de sicarios prendió fuego a un autobús… y mató a Tadeo.

El bebé, con 32 semanas de vida, murió por quemaduras en 100 por ciento de su cuerpo. Así, calcinado, lo tuvo que sepultar su papá, Carlos Alexis Velázquez González, de 22 años. El hombre está inconsolab­le. No solo ha perdido a su hijito, sino que su esposa, Elizabeth, yace postrada en un hospital en estado gravísimo, con quemaduras en 92 por ciento de su cuerpo. Peor: la veinteañer­a también padece severas quemaduras en las vías respirator­ias. Los asesinos literalmen­te provocaron que tragara fuego.

Leo en El Informador que, abrazado al ataúd de Tadeo, antes de sepultarlo, Carlos Alexis le hablaba al cuerpo inerte de su niño: “¿Qué le voy a decir a tu mamá? Ya no te voy a poder cargar, mi bebé”. Horas antes, charló con Jorge Martínez, de MILENIO Jalisco:

“Yo lo iba a bautizar el sábado y la fiesta se convirtió en funeral. Un angelito de ocho meses, que no tenía nada que ver. Ni mi esposa. Nos cambiaron la vida radicalmen­te de un día para otro y nos destrozaro­n por completo”.

El lunes pasado, cuatro sicarios se subieron a un autobús de la ruta 707, que recorría su trayecto habitual, desde el Centro de Guadalajar­a hacia la colonia Arenales Tapatíos, en Zapopan, donde viven Carlos Alexis y Elizabeth. En el cruce de las avenidas Mariano Otero y Las Torres, ya en Zapopan, los cuatro tipos prendieron fuego al autobús, luego de que otros sicarios atentaran, en otro sitio, contra el ex fiscal de Jalisco. Ni siquiera esperaron a que la gente descendier­a del vehículo. Elizabeth, que venía de comprar el ropón para el bautizo de Tadeo, intentó proteger al bebé con su propio cuerpo.

Nelson Guzmán, compañero de MILENIO Jalisco, mandó imágenes de otra charla con el padre mutilado de su hijo, también realizada el viernes, antes del sepelio:

—Mi señora fue a hacer las compras. Se llevó al niño porque le tenía que medir sus cositas, pero ya no me la dejaron regresar a casa. No puede abrir sus ojos. No puede hablarme. Está muy mal. Se está debatiendo entre la vida y la muerte. Yo nomás quiero que me la pongan bien, porque ella está completame­nte quemada, y pues mi niño, no se diga, él estaba peor. Él ya no me aguantó, mi niño…

El padre llora. Tiembla. Está hecho pedazos. Profiere lamentos desgarrado­res. Y habla otro poco: “Mi niño ya se me fue y lo único que me queda es ella. Yo quiero que esté bien porque se nos vienen tiempos difíciles. Si Dios me la presta un poquito más, para ella va a ser un golpe sicológico muy fuerte”. La madre moribunda ignora que su criatura ha muerto.

Qué tristeza. Qué desesperan­za. Así está México hoy, estampa de mayo de 2018, con Tadeo y esos cuatro siniestros hijos de puta que lo mataron, a él, un bebé de ocho meses...

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MARIO FUANTOS
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