El síndrome del adiós
Un síndrome son los síntomas y signos que presenta una enfermedad. Por extensión, en sentido figurado, puede aplicarse a la sintomatología que caracteriza un estado de ánimo o un acontecimiento.
Es válido hablar del mal que aqueja a los gobernantes, y especialmente a los presidentes, al final de sus periodos, cuyo síndrome se manifiesta en sentimientos de soledad, incomprensión y abandono.
Muchos signos indican que el presidente Peña Nieto ya es víctima de ese mal. Es notorio como en sus últimas presentaciones abiertamente reclama que se reconozcan los éxitos de su gobierno.
Lo hace porque, con toda seguridad, resiente que el repudio al PRI y a su candidato es el resultado de no haber atendido con honestidad, eficiencia y firmeza la pobreza, la inseguridad y la impunidad.
El Presidente quiere justificar su actuación, sobre todo, defendiendo las llamadas Reformas Estructurales en materias de energía, hacienda y educación.
Desgraciadamente, el rostro oculto de esos pretendidos triunfos es el reconocimiento tácito del fracaso de México para avanzar en pro del desarrollo equitativo.
El petróleo enriqueció a gobernantes, líderes y empresarios venales; ahora se ha privatizado para beneficio de los inversionistas extranjeros.
La reforma hacendaria se hizo para que la ciudadanía, que nunca disfrutó de la renta del petróleo, cubra con sus impuestos la falta de los ingresos provenientes de la explotación petrolera.
La pretendida reforma del sistema educativo, hasta ahora, es sólo una reforma laboral inconclusa. Cómo es posible que el responsable la haya abandonado para coordinar la campaña presidencial del PRI.
Pero, sobre todo, lo que más debe pesar en el ánimo del Presidente es haber fallado en la misión esencial de todo gobierno: alcanzar y mantener la paz y la seguridad públicas.
Ese escenario, naturalmente, obliga a sentirse solo e incomprendido.