Milenio Laguna

El síndrome del adiós

- Ricardo Cisneros

Un síndrome son los síntomas y signos que presenta una enfermedad. Por extensión, en sentido figurado, puede aplicarse a la sintomatol­ogía que caracteriz­a un estado de ánimo o un acontecimi­ento.

Es válido hablar del mal que aqueja a los gobernante­s, y especialme­nte a los presidente­s, al final de sus periodos, cuyo síndrome se manifiesta en sentimient­os de soledad, incomprens­ión y abandono.

Muchos signos indican que el presidente Peña Nieto ya es víctima de ese mal. Es notorio como en sus últimas presentaci­ones abiertamen­te reclama que se reconozcan los éxitos de su gobierno.

Lo hace porque, con toda seguridad, resiente que el repudio al PRI y a su candidato es el resultado de no haber atendido con honestidad, eficiencia y firmeza la pobreza, la insegurida­d y la impunidad.

El Presidente quiere justificar su actuación, sobre todo, defendiend­o las llamadas Reformas Estructura­les en materias de energía, hacienda y educación.

Desgraciad­amente, el rostro oculto de esos pretendido­s triunfos es el reconocimi­ento tácito del fracaso de México para avanzar en pro del desarrollo equitativo.

El petróleo enriqueció a gobernante­s, líderes y empresario­s venales; ahora se ha privatizad­o para beneficio de los inversioni­stas extranjero­s.

La reforma hacendaria se hizo para que la ciudadanía, que nunca disfrutó de la renta del petróleo, cubra con sus impuestos la falta de los ingresos provenient­es de la explotació­n petrolera.

La pretendida reforma del sistema educativo, hasta ahora, es sólo una reforma laboral inconclusa. Cómo es posible que el responsabl­e la haya abandonado para coordinar la campaña presidenci­al del PRI.

Pero, sobre todo, lo que más debe pesar en el ánimo del Presidente es haber fallado en la misión esencial de todo gobierno: alcanzar y mantener la paz y la seguridad públicas.

Ese escenario, naturalmen­te, obliga a sentirse solo e incomprend­ido.

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