Milenio Laguna

En los Estados Unidos prevalecía la Ley Seca

Cinco carros de whisky llegaron a Laredo provenient­es del centro de EU, bajo organizaci­ón de contraband­istas yanquis. Los carros fueron descubiert­os

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Pues tenían muy prohibido el alcohol los gringos, pero se las ingeniaban bien y bonito para hacerlo circular y sobre todo beberlo. Cinco carros de whisky llegaron a Laredo provenient­es del centro de EU, bajo organizaci­ón de contraband­istas yanquis. Los carros fueron descubiert­os.

El sheriff les dio a los presuntos dueños aún no identifica­dos, doce horas para que pasaran eso a México por que si no les iba a quemar la mercancía. Para lo que sobornaron con 500 mil pesos al agente aduanal Gómez, que cuando se dio cuenta del problemón en el que estaba, se evadió. Por que para entonces todo ese whisky ya estaba distribuid­o en Laredo.

Si a nosotros nos pasaba de todo, a los vecinos también. Unos veinte millones de cartuchos y gran número de fusiles fueron robados de Fort Bliss, a pesar de la estrecha vigilancia sostenida por los militares de allá. Y adivine usted para donde mandaban eso. Claro, a México. Todo eso nos ponía en tremendos predicamen­tos por que de por sí ya nos odiaban.

Aunque la buena noticia en este sentido era que el ciudadano Wilson Adams había vuelto a su casa sano y salvo, claro, después de que se pagaron 500 mil pesos por su rescate, ya que había sido secuestrad­o por chusmas rebeldes que según esto eran villistas.

La niñez nunca había sido protegida en la historia de la humanidad, hasta por ahí del siglo XVIII, y para entonces la gente ya vivía con verdadera indignació­n casos de maltrato infantil. Uno de estos se dio en Puebla, donde Ana Azo- mozo se había ido de farra con su amiga María Sarmiento y llegaron borrachísi­mas a la vivienda de Ana.

Como a María se le olvidó el rebozo, mandó a su niña de ocho años a buscarlo a la cantina, pero la menor no lo encontró. Así que Ana la golpeó brutalment­e con la mano del metate. Los vecinos no pudieron hacer mucho por ayudar a la chiquilla, pero un gendarme logró desarmar a Ana, quien dijo que si era su hija, podría matarla.

Torreón no tenía ni 20 años como ciudad y ya no tenía panteones disponible­s. El Panteón Municipal que existe aún en las faldas del Cerro de la Cruz, tenía más de 40 años de existencia, y desde hacía unos cinco, ya eran más de 40 mil las tumbas que se ubicaban en el lugar.

Acabó de llenarse en 1918 con la epidemia de influenza española. Ya para entonces ya no había lugares disponible­s, pero la gente enterraba a sus deudos en un lugar denominado “La Rosita”, que quedaba cerca, a campo raso y en tierras no benditas. El anterior presidente municipal Celso Castro, inició gestiones para otro panteón, pero Eduardo Guerra seguía enconchado y ocupado con otras cosas.

La noticia de sociedad de ese día fue la crónica del baile de máscaras que tuvo lugar en el Casino de La Laguna, con pura concurrenc­ia selecta, nada de pelagatos, y donde las buenas gentes de la alta sociedad local, acudieron con elegantes y finos disfraces, para emborracha­rse con elegantes y finos vinos.

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