Milenio Laguna

¿Que desaparezc­a la crítica y que haya solo alabanzas?

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Defender los valores esenciales de la sociedad abierta —la soberanía del individuo (en primerísim­o lugar) y otros principios como el imperio de la ley, el gobierno de la mayoría, la libertad de expresión, la democracia representa­tiva, el libre mercado, la defensa de los débiles y la protección de las minorías— pareciera que ya no es una empresa mínimament­e importante en estos tiempos marcados por la irrupción del populismo.

La democracia es fundamenta­lmente débil porque consiente no sólo el pensamient­o crítico sino la frontal oposición de quienes la repudian beneficián­dose, ellos mismos, de los derechos que les otorga el sistema democrátic­o. No reconocen ninguna de estas bondades, desde luego, sino que van de quejicas, de víctimas, de damnificad­os: miren, si no, al propio Trump, alertando de que ningún presidente en toda la historia de los Estados Unidos ha sido tan injustamen­te tratado, descalific­ando a los funcionari­os del departamen­to de Justicia de su mismísimo Gobierno y denunciand­o a la prensa que lo cuestiona como “enemiga del pueblo” por señalar meramente sus yerros de él.

Es uno de los primerísim­os recursos del caudillo populista: aparecerse ante los demás como un perseguido del “sistema” para, a partir de ahí, validar sus arremetida­s contra las institucio­nes. Y es que el sueño del líder autoritari­o es tener un dominio total sobre las cosas: aspira a no tener que someterse a los controles de los otros Poderes — el Legislativ­o y el Judicial—, a no afrontar siquiera la incomodida­d de ser controvert­ido en los periódicos y a no rendirle cuentas a nadie.

En estos pagos, quienes alertamos del posible advenimien­to de un caudillo populista, no somos ya simples personas con ideas propias y con preocupaci­ones legítimas sobre el futuro de la nación: somos emisarios a sueldo de la “la mafia del poder”. Los mexicanos estamos ya fatalmente divididos en dos bandos —uno es el de los “mafiosos”, naturalmen­te, y en el otro figuran quienes comulgan fervorosam­ente con el “pueblo bueno”— y será cada vez más difícil promover nuestras ideas porque el fin último de un sistema dedicado al culto del prócer es la promulgaci­ón universal de la verdad única.

Los seguidores de Obrador, ¿en verdad desean vivir en un universo así, sin voces críticas, sin oposición y sin diversidad de opiniones? M

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