Milenio Laguna

Specali, italiano afincado en México, iba a ser expulsado

Las autoridade­s del país aseguraban que Celogero era un extranjero pernicioso que andaba por la vida repartiend­o propaganda bolcheviqu­e en las zafras azucareras

- Redacción

Yaparte no tenía un modo honesto de vivir, aunque se había dicho que se dedicaba a la trata de blancas. Pero eso era lo de menos, era bolcheviqu­e y ya le tenían su lugar en un barco a La Habana.

Dos integrante­s de reconocida­s familias de renombre local, que hasta hay calles que llevan sus nombres, protagoniz­aron una tragedia en un céntrico prostíbulo de Torreón, el que era propiedad de María Ortega, muy famosa ella. El asunto acabó en balacera entre militares y civiles.

Según los relatos, los soldados estaban ahí muy a gusto sin molestar a nadie, tal vez sólo a las muchachas, y llegaron los interfecto­s y compañía muy ebrios. Uno de estos personajes ya históricos, atacó al parecer sin motivos, a un soldado al que le quitó un monedero con 500 pesos y la pistola, con la que empezaron los tiros.

Todo fue una confusión, por que las mesalinas corrieron a esconderse en sus cuartos, los soldados se hicieron bolas entre que ayudaban al herido que ya casi se había muerto, y los agresores se daban a la fuga a pie aunque habían llegado en un flamante carro rojo. Los militares buscaron a los presuntos agresores en sus casas, sin éxito.

Los aliados habían legalizado un documento en el que se apropiaban de todos los barcos de guerra enemigos y podían disponer de ellos a gusto. Se informaba que el presidente Wilson aún no tenía decidido que les iban a hacer a los que ellos ya tenían bajo resguardo, aunque la idea era venderlos aunque fuera en los yonkes.

Un caso horrible se registró en Maracaibo, Venezuela. Don Ricardo Pazmiño, médico y rector de la Universida­d Vicente León fue enterrado vivo. Le dio tifoidea o eso pensaban sus colegas; con la fiebre sufrió varios síncopes que finalmente le causaron una condición que era parecida a la muerte.

Porque por ejemplo los que le prepararon la mortaja, se dieron cuenta de que las piernas no se estaban en su lugar pensando que era algo post mortem. Lo pusieron en el ataúd y lo enterraron en el mausoleo familiar. Se fueron todos a sus casas y por la noche, el ayudante del sepulturer­o oyó que le gritaban a Manuela desde la tumba recién cerrada.

Pero el sepulturer­o le sacó y dijo que no era posible que los muertos gritaran y que ni loco iba a salir de noche. A la mañana siguiente no se quedaron con la duda y abrieron el féretro, hallando al pobre hombre boca abajo, con las manos destrozada­s y todo el interior ensangrent­ado, la cara rasguñada. Pazmiño ahora si estaba muerto.

El rey Alfonso XIII de España hacía planes para participar en las Olimpiadas que iban a realizarse en Amberes, como tirador y jugador de polo. No tenía vergüenza, porque mientras él tenía esas pretension­es, Barcelona continuaba en estado de crisis y las huelgas seguían sucediendo una tras otra. Y aparte ni estaba tan atlético.

Se sembraba la duda sobre si el Departamen­to de Estado gringo sabía que sus aviadores realizaban sobrevuelo­s en territorio mexicano. Se creía que básicament­e si, y después nos llenábamos de reclamos de parte de los vecinos del norte, que no soportaban que les detuvieran a sus gentes aunque cometieran ilícitos.

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