Contra el mercado
Es posible que en el equipo de Donald Trump haya quien sepa que la decisión de imponer aranceles al acero y al aluminio va a ser contraproducente. La verdad es que no importa, porque la medida no tiene ningún propósito práctico en el terreno económico. El déficit comercial, teórico responsable del desempleo, fue uno de sus caballos de batalla en la campaña. Y conforme se acercan las elecciones legislativas, el gobierno tiene que aparentar que hace algo para remediarlo —y mejor si es al amparo de la “seguridad nacional”. Las protestas de los demás gobiernos, la denuncia de Europa ante la OMC, es precisamente la publicidad que necesita para acreditar que está haciendo algo importante.
En adelante, queda el problema de pagar unos aranceles inútiles y después eliminarlos o, si la elección va mal encaminada, romper la baraja, y abandonar todos los acuerdos comerciales. Pero lo importante es la insistencia en denunciar el comercio internacional, la idea de que ha servido para que el resto del mundo se aprovechara de los Estados Unidos.
El argumento tiene un fondo supremacista: somos los mejores, ganamos siempre, en todo; si alguien nos llega a ganar en algo, será que ha hecho trampa. Y así el déficit comercial, y el desempleo y lo demás, encaja en el guión de película de superhéroes con que Trump se explica el mundo (y no solo Trump). Aun así, la estructura última va a contracorriente de la retórica del último medio siglo, porque explica la economía en términos morales: si alguien hace negocio es que ha hecho trampa.
Será así en el mundo de la especulación inmobiliaria. La traducción en términos de comercio internacional resulta infantil. En todo caso, electoralmente funciona. Eso significa que su público rechaza la pieza clave del argumentario neoliberal, que es la eficiencia del mercado, la idea de que el mercado recompensa a los mejores, distribuye de la mejor manera, y a la larga beneficia a todos. El rodeo xenófobo sirve todavía para disimular: funcionaría bien, si no fuese por los extranjeros. El resultado es el mismo. Los norteamericanos, voten a Trump o a Bernie Sanders, están convencidos de que el mercado es un artefacto político cuyo funcionamiento hay que corregir para que el resultado sea justo. En ésas estamos.