Se alertaba a la población de una banda de ladrones
Los encapuchados ya tenían tradición en la capital del país donde cometían todo tipo de tropelías y la noticia es que estaban por acá
La audaz y temible banda de encapuchados hacían quedar muy en mal a la Policía de Torreón; eigieron para su primer golpe la casa de asignación, o lupanar, de Caritina López, y lo dieron de noche sin que nadie notara nada raro ya que era común ver clientes ingresar a horas y deshoras. Como también desde la casa se oían usualmente gritos destemplados por el alcohol, no llamaron la atención los gritos de las mujeres.
Presuntamente tocaron la puerta y se les consideró clientes, pero no. Se fueron directo al cuarto de doña Caritina que estaba dormida, le hicieron bolita y tras quitarle las llaves del ropero se apoderaron de joyas y 15 vestidos de seda, todo con valor de alrededor de dos mil pesos. También se tomaron unas cervezas que saborearon con sibarítica calma. Y luego se fueron.
Las muchachas se habían escondido en uno de los cuartos de atrás, hasta que una se animó a subirse a la azotea y desde ahí pedir ayuda, hasta que alguien les hizo caso. Como en la calle no andaba ni un gendarme, esa persona fue a la comisaría a avisar. Caritina resultó lesionada después del robo.
Otros que estrenaban novedades en financiamiento eran los rebeldes que antes pedían “préstamos” a los comerciantes o bien saqueaban los negocios. Ahora nada más secuestraban a la gente importante y pedían el rescate entregando siempre vivas a las víctimas después del pago correspondiente.
Se quejaban los torreonenses por que en la avenida Matamoros a una cuadra de la Plaza de Armas, había unos corrales de vacas que estaban muy hediondas. Pedían que se aplicara el reglamento y las pusieran en las orillas de la ciudad, por decir cerca del Bosque.
Causó sensación un pleito entre “plumitifs” en Allende e Ildefonso. Eran el director del semanario “El Flechador” y el de la hojita “La Guacamaya”, siendo este último el primero en atacar primero de palabra y luego de hecho, a lo cual se agarraron a trompadas.
Por fin en la capital se tomaron medidas contra la gripe que se decía ya era influenza española. Los encargados de salubridad ordenaron cierre de templos, es- cuelas y puntos de reunión diversos, hasta de las que tuvieran que ver con la política. A la par, en Consejo Superior de Salubridad recibió muchas visitas de farmacéuticas, dueños de boticas y de funerarias. Y bueno, hasta el secretario de Gobernación tenía influenza.
Desde Londres llegaba la noticia de que una recién formada sociedad británica había planteado servicios aéreos entre México y EU. Y acá naturalmente la gente andaba toda volada pensando que seguramente íbamos a estar a la altura de las grandes potencias, soñando con dejar el burro en paz.
En Zaragoza, España, también se realizaban atentados. Los que hoy conocemos como terrorismo. Una bomba explotó en un café lo que causó la muerte de varios camaristas y obreros. Había diez extremistas detenidos, sin que se supiera cual había sido hasta el momento en que nos llegó la noticia. Los habitantes de la ciudad estaban indignados.
Al ex káiser como que no le caía el veinte, y expresó sus deseos de abandonar la neutralísima Holanda y afincarse en alguna otra ciudad de Europa, o en las Indias Holandesas. Que se saliera de Holanda era lo único que esperaban los aliados para echarle el guante.
Los japoneses tan seriecitos, pero se informaba que en la cámara nipona se armó un tremendo escándalo en el debate sobre el sufragio universal y se hicieron de palabras que luego llevan a los golpes. En la calle había algunas personas que se quisieron meter al recinto a tirar de trancazos también, pero no los dejaron.