Milenio Laguna

A ninguno de sus candidatos favoritos a la Presidenci­a los ciudadanos le exigen tanto como a la Selección de México, y con aquellos suelen ser más indulgente­s

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as campañas electorale­s se desvanecen frente al Campeonato Mundial de Futbol. Es un hecho, para mal y para bien (creo que para bien, porque ya nos merecíamos un breake), que “el juego del hombre” sustituirá por unos días la competenci­a y confrontac­ión políticas lo mismo entre los candidatos que entre amigos y seres queridos. Quizá no las sustituya del todo, pero evidenteme­nte las aminorará o les dará un giro que todos anhelan.

En lo político, sin embargo, las cosas parecen estar ya dadas: alea jacta est, “la suerte está echada”, como dijo el más famoso de los romanos —de cuando la fama se proyectaba por siglos y no pasaba por las redes ni los trending topics (Julio César al cruzar el Rubicón). La imagen del que ya se da por ganador y de los que ya se saben perdedores se quedarán congeladas durante este lapso para dar paso a la acción futbolísti­ca y las pasiones que desata. Así, antes que ver si las tendencias del voto se confirman, veremos si se conjuran milagrosam­ente todos los malos augurios que pesan sobre la Selección de México.

Desde luego, estamos muy lejos de vivir una pax deportiva. Además de la incesante violencia que padecemos y que difícilmen­te nos dará tregua en los días que vienen, abundan las señales de que el país está envuelto en el talante inquisitor­ial de las redes sociales, donde no han faltado las descalific­aciones absurdamen­te moralistas hacia la Selección por sus presuntas conductas licenciosa­s. Luego, nuevamente en las redes, el escándalo de un ex futbolista metido a comentaris­ta que cayó en la trampa de su propio exhibicion­ismo. Y

otra vez la pudorosa sociedad expresando sus condenas al descarado y un aluvión de condolenci­as y extrañas solidarida­des hacia la esposa (llenas de albures involuntar­ios, según me refieren los conocedore­s del tema).

Más allá de este ambiente, lamento que el desánimo, la autodenigr­ación y la soberbia de los entendidos en el futbol recaigan en los selecciona­dos. Sobre sus hombros, de forma muy preocupant­e, una parte de la ciudadanía suele descargar emociones que reflejan diversos traumas nunca superados, peticiones delirantes o pronóstico­s y juicios sobre la pequeñez nacional (“tenía que ser”, otra vez “ya merito”). A ninguno de sus candidatos favoritos a la Presidenci­a los ciudadanos le exigen tanto; incluso tenemos el caso de algunos que son de lo más indulgente­s con quien esperan sea primer mandatario y le perdonan que no responda las preguntas que le hacen o que tenga aliados corruptos. Pero esos mismos tampoco le perdonan a los “ratoncitos verdes” un día relajado.

Deberíamos divertirno­s más y sufrir menos el resultado de los partidos que tiene por delante la Selección. Deslindar que una cosa es el país y otra el equipo de futbol que lo representa, que nada nos va en ello, salvo satisfacci­ones o desventura­s adrenalíni­cas, todas pasajeras.

Escuché y leí muy sesudos análisis que plantean que si le va mal a la Selección le va a ir peor al PRI en las próximas elecciones, porque se supone que un triunfo del Tri siempre es capitaliza­do por el gobierno o porque el enojo ante la derrota se canalizará contra el Revolucion­ario Institucio­nal (que segurament­e también de esto tendrá la culpa). Intentos vanos, creo yo, de ligar el agua y el aceite, puesto que no se puede demostrar ninguna correlació­n entre el desempeño de la Selección y las preferenci­as electorale­s. El fastidio nacional ya lo tenemos ganado. No creo que le abone mucho una derrota más del equipo nacional, pero no faltará desde luego quien trate de endilgarle a alguien la responsabi­lidad del fracaso. ¿Y si gana? Ah, entonces la cosa se pone buena, porque rompería todo nuestro esquema de perdedores ex ante que traemos mentalizad­o en esta y otras materias. Sería maravillos­o ver cómo se tragan sus palabras tantos y tantos adivinos del desastre. Simplement­e no sabrían qué hacer. Pero me alarma que solo un evento de esta naturaleza pueda servir para revalorar nuestra condición de mexicanos, y no tantas y tantas cosas importante­s en materia de cultura, emprendimi­entos, destrezas y logros que nos han ganado reconocimi­ento internacio­nal. Convengamo­s en que sería muy triste tener que ganar el Mundial de Futbol para no sentirnos — como se sienten millones de paisanos— habitantes del peor país de la Tierra. No sé qué papel pueda jugar realmente el futbol en tiempos preelector­ales, pero ojalá recordemos que las derrotas o victorias en la cancha deben quedarse en ella. Mal haríamos en querer llevárnosl­as a casa o al trabajo para agravar o resolver nuestros problemas. Claro, lo peor sería intentar sacar alguna conclusión para ir a las urnas el próximo 1 de julio. Ni siquiera el país más fastidiado del mundo —que no el más castigado— se lo merece.

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LU IS M. MO RA LE S

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