Una elección normal
El tema no solo es el de los comicios presidenciales, sino también si los términos del mandato se acompañarán de la mayoría absoluta en las cámaras de Diputados y Senadores
Apartir de todo lo transcurrido desde que inició el proceso electoral, y más que ello el entorno y ánimo social en el que se desenvolvieron las campañas, se anticipa que la elección presidencial se decidirá por un margen amplio. Esto simplifica el trabajo de todos: del órgano electoral para declarar ganador con oportunidad; del gobierno al reconocer que hay un mandato claro e incuestionable; del ganador, quien podría dar curso a lo suyo y ofrecer un generoso mensaje hacia los no favorecidos; los no favorecidos a quienes no se les dificultará felicitar y reconocer el resultado, como sucede en toda democracia.
El tema no solo es la elección presidencial, sino también si los términos del mandato se acompañarán de la mayoría absoluta en las cámaras de Diputados y Senadores. De suceder ello y si el ganador obtuviera también la mayoría absoluta de los sufragios, el país transitará por la peligrosa senda de un poder precariamente acotado. La disciplina de partido reproduce lo peor del pasado y algo que nunca existió: el gobierno de un caudillo.
Una fácil elección sería el preludio de un proyecto político que pudiera alterar las coordenadas institucionales sobre las que ha transitado la democracia mexicana: la pluralidad, la desconcentración de poder, las libertades, la economía de mercado y poderes ejecutivos acotados.
Los electores han perdido aprecio por lo bueno que existe. Los escándalos por la corrupción, la creciente inseguridad, una economía que no ofrece oportunidades ni da espacio a la movilidad social que no sea la vinculada al crimen organizado, autoridades y políticos distantes de las preocupaciones ciudadanas y la pérdida de confianza en las instituciones tradicionales incluidos el Ejército y a la Iglesia hacen pasar el inventario institucional al cesto de lo inservible.
Los candidatos que pierdan se van, y también los mandatarios; aunque parezca que fueron los actores centrales de la competencia y del poder, son simples fusibles de un proceso político que por mucho los excede. También hay candidatos y presidentes que pesan más por sí mismos que por la candidatura o investidura que ostentan, incluso que trascienden de alguna manera su circunstancia y cobran vigencia más allá de su tiempo. El tema son las instituciones y para el caso concreto los partidos históricos que pasarían a vivir la peor de sus crisis, más si no lograran una representación legislativa que les concediera un lugar importante en la mesa de los acuerdos.
El pecado mayor de las élites mexicanas y de muchas partes del mundo, fue tirarse a la hamaca de sus privilegios sin cuidar no solo la legitimidad del sistema, sino un sentido de mayor responsabilidad en la atención de los grandes problemas nacionales. Lo entendieron como tarea del gobierno o de los políticos, cuidaron mucho lo propio, poco lo que les era común a todos ellos y casi nada lo que hace de México un país que finalmente llegó a la democracia liberal, a pesar de muchos de los problemas y limitaciones de sus gobernantes y políticos.
Muchos votantes sufragarán con el júbilo de dar un inequívoco rechazo al orden de cosas que lo mismo es rojo, azul o verde. Jaime Rodríguez no pudo rescatar al Bronco que le dio el aval ciudadano en Nuevo León cuando también enfrentó a los partidos políticos. Quien lo hizo con eficacia fue López Obrador, quien ahora se hizo acompañar de un partido totalmente sometido a su dictado y de dos aliados a quienes beneficiará con votos, asientos legislativos y las generosas prerrogativas.
La contención mayor al abuso del poder es y ha sido el Poder Judicial y particularmente la Suprema Corte de Justicia. El Congreso no ha cumplido, porque la negociación derivó en cooptación, chantaje y corrupción, pero malos sujetos no invalidan el sistema ni el sentido de un poder acotado por la pluralidad. La cuestión es que el movimiento al que se le puede dar el aval este 1 de julio bien puede servir para destruir y desplazar, pero no queda claro cómo construir, particularmente si lo que se invoca como solución y como carta de navegación es la voluntad del caudillo.
Esta noche, una vez que sea conocido candidato ganador y los términos de su triunfo y que éste emita mensaje será el preludio de lo que viene. No es definitorio, pero sí directriz en dos tiempos: la del relevo de administración y la del perfil de presidencia y proyecto de gobierno.
La expresión más elevada de lealtad no es a la persona, sino a las instituciones de la República. Frente a los que se hacen del poder, muchos deberán aprender de lo que no se hizo en un mejor momento. Coincidir no será problema, sí resistir y todavía más, con inteligencia disentir.