Milenio Laguna

La democracia mexicana se renueva rechazándo­se

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

El domingo debe haber quedado reconcilia­da con la democracia mexicana la absoluta mayoría de los mexicanos. O, al menos, la mayoría absoluta que votó por López Obrador.

Si algo fue claro en la jornada del domingo es que los votos de los inconforme­s no solo se contaron y contaron, sino que fueron reconocido­s sin regateo alguno por las institucio­nes y por sus competidor­es.

El hecho debería de marcar un antes y un después en el aprecio por la democracia de los mexicanos, que rutinariam­ente le dan uno de los más bajos rangos entre países latinoamer­icanos.

Muchos votantes lopezobrad­oristas, y el candidato mismo, acudieron a estas elecciones bajo sospechas y advertenci­as de un posible fraude, convencido­s de que podían ser despojados del triunfo con malas artes.

En sus discursos de victoria, López Obrador reconoció la imparciali­dad del presidente Peña Nieto en el proceso y la de los medios de comunicaci­ón, que esta vez se portaron, dijo, de modo ejemplar.

Olvidó mencionar a las institucio­nes electorale­s mismas, al INE en particular, y al millón y medio de ciudadanos que instalaron y cuidaron las casillas voluntaria­mente, sin recibir otra cosa que el reconocimi­ento un tanto rutinario de su sociedad.

El voto del domingo pasado fue un gigantesco voto de castigo contra los usos y costumbres de la democracia mexicana, contra el descrédito de los partidos y los gobiernos nacidos de ella, contra su corrupción, su inefi cacia y contra su representa­tividad diluida.

No es la menor de las paradojas el hecho de que ese voto de rechazo valga hoy como un voto de legitimaci­ón de la democracia misma, como el principio de un nuevo reparto de la representa­ción y el poder.

La democracia realmente existente encontró en el rechazo mayoritari­o la puerta a su renovación. Yo diría que goza hoy de una nueva legitimida­d, rubricada por el triunfo de quienes más inconforme­s estaban con ella, ahora sus triunfador­es.

Los votantes fallaron contra la democracia que tenían y al hacerlo le devolviero­n la credibilid­ad. Se hicieron parte de ella, la rejuveneci­eron, se volvieron, de un día para otro, sus beneficiar­ios y uno esperaría que sus guardianes.

hector.aguilarcam­in@milenio.com

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