Milenio Laguna

El ocaso del PRI

La disidencia en el partido tricolor no fue un tema menor y elección tras elección anunciaba el desastre para 2018; nadie hizo nada y patear el bote se volvió consigna

- FEDERICO BERRUETO fberruetop@gmail.com Twitter: @berrueto

Es desproporc­ionado culpar al candidato Meade o a su campaña por el desastre de la elección; el resultado estaba cantado

En el grupo gobernante actual era común destacar la buena relación del gobierno con el PRI y decían que a ellos no les ocurriría lo que al ex presidente Zedillo: entregar el poder a la oposición y que con ellos habría sana cercanía. Lo cierto es que el PRI vivió una actitud de sumisión sin precedente, sin capacidad critica ni nada. Tal sometimien­to es una de las causas mayores de la derrota.

Desde 1994, en el PRI se emprende un vacilante proceso de liberación y democratiz­ación. Antes, en la presidenci­a de Miguel de la Madrid, la corriente democrátic­a había sido expulsada, dando lugar al Frente Democrátic­o Nacional y después al PRD. La sana distancia de Zedillo tenía varios referentes: que el partido tomara por sí mismo sus decisiones; resolver el tema del financiami­ento ilegal mediante una reforma electoral, tema que incluiría a todos los partidos, y que fuera un proceso interno competido el que definiera al candidato presidenci­al.

Esta situación tendría lugar en medio de una crisis financiera sin precedente; la secuela de los homicidios de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu; la designació­n de un procurador que garantizar­a independen­cia del presidente; el encarcelam­iento del hermano del ex presidente Salinas; el levantamie­nto zapatista y el protagonis­mo mediático del subcomanda­nte Marcos; y la convocator­ia de Cuauhtémoc Cárdenas a un gobierno de salvación nacional. En este entorno surgen voces disidentes en el PRI.

No fue un tema menor, lo más visible y trascenden­te fueron los candados para que los candidatos a presidente y gobernador vinieran del mismo PRI, es decir, que un cargo de elección popular se volviera requisito de elegibilid­ad. A partir de allí, la sucesión presidenci­al se daría entre secretario­s del gabinete con cargo de elección y gobernador­es. El presidente mantuvo el poder de designar dirigente del PRI. Los nombramien­tos, numerosos por el desgaste de derrotas a las que no estaba acostumbra­do el tricolor, recayeron invariable­mente en políticos de indiscutib­le carrera partidaria, nada parecido a lo que ocurriría con Enrique Ochoa, surgido del estrecho grupo gobernante.

La disidencia en el PRI no fue un tema menor. En los tiempos de Zedillo estuvo el grupo Galileo de senadores, las críticas discretas de ex colaborado­res de Colosio, el llamado cártel del Golfo integrado por destacados y poderosos gobernador­es, el activismo de Roberto Madrazo y seguidores. Más tarde surge el Tucom y ya recienteme­nte la lucha de Manlio Fabio Beltrones en pos de la candidatur­a presidenci­al de 2012. De allí en delante desaparece toda iniciativa de independen­cia o disidencia, a pesar de que el prestigio del PRI y del gobierno iba en picada.

Elección tras elección anunciaba el desastre para 2018. Nadie hizo nada. Patear el bote se volvió consigna. La elección de Coahuila se resolvió con el robo de 30 por ciento de los paquetes electorale­s, avalado por el Tribunal Electoral contra la postura del INE. El autor intelectua­l, el gobernador Rubén Moreira, fue elevado al número 3 en la jerarquía partidaria, como si el expediente pudiera repetirse el 1 de julio.

Es desproporc­ionado culpar al candidato Meade o a su campaña por el desastre de la elección. El resultado estaba cantado y, en todo caso, lo inexplicab­le es que a lo largo de la contienda el PRI decidiera desacredit­ar a Ricardo Anaya y criticar marginalme­nte a López Obrador. Morena no hubiera arrollado, tampoco López Obrador hubiera alcanzado la mayoría absoluta de los votos, y así es porque cada punto que perdía Anaya era tomado por López Obrador. ¿Cuántos votos le costó a Anaya la embestida del gobierno y del PRI? 8 o 10 puntos. Con ello el PRI cavó su tumba y abrió la puerta grande a la resurrecci­ón de la Presidenci­a Imperial, al México de un solo hombre, al del partido hegemónico.

Es poco lo que pueda hacer el PRI en la nueva circunstan­cia si persiste en la negación de la reflexión crítica y la libertad de deliberaci­ón, tarea incómoda a quienes han mandado en el pasado reciente, algunos de ellos acomodados en las reducidas fracciones parlamenta­rias. Los cuchillos largos iniciaron con señalamien­tos —plenos de oportunism­o— de Emilio Gamboa, uno de los favoritos y el legislador más influyente desde la primera alternanci­a. Por lo pronto, lo obligado para el PRI es mantener la unidad y, segundo, esperar para no anticipar una guerra fratricida por lo poco que queda; tercero, propiciar un proceso honesto de reflexión que segurament­e los llevará a la conclusión de que el PRI como tal ya se acabó, que lo único que queda es reinventar­se en un entorno más que incierto, claramente hostil.

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ARIANA LÓPEZ/ARCHIVO Los cuchillos largos iniciaron con señalamien­tos —plenos de oportunism­o— de Emilio Gamboa.
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