Milenio Laguna

Ella fue mucho más que una inspiració­n

Octavio Paz, sentado en el vestíbulo de su hotel en París, vio pasar a Marie-Jo rumbo a un laboratori­o fotográfic­o; le dio alcance y ya no la dejó nunca

- EDMUNDO FONT*

...Amar es despeñarse/ caer interminab­lemente,/ nuestra pareja/ es nuestro abismo... “Carta de creencia”, Octavio Paz

Me han dicho que en Río de Janeiro hay innumerabl­es túneles, ¿es verdad? —me preguntó Marie-José Paz al desembarca­r en el aeropuerto que hoy se llama Antonio Carlos Jobim. Le respondí que, en efecto, que eran tantos como dos docenas en esa compleja geografía que desemboca en la bahía de Guanabara, pero atajé su aprensión presumiend­o conocer las rutas, casi secretas, sobre los morros de esa “ciudad maravillos­a” donde fue muy feliz don Alfonso Reyes no solo en el eslogan turístico.

La esposa de uno de los poetas que más he admirado se sintió aliviada. Eso sí, me cuidé de precisar que los riesgos que correríamo­s serían dos: multiplica­r los kilómetros en cada trayecto que haríamos entre acantilado­s de piedra tallada sobre las playas del paisaje más prehistóri­co de América del Sur, y correr un relativo peligro, afortunada­mente no tan agudo como el de hoy: circular con una proximidad azarosa frente a las célebres favelas, que han pasado de la imagen romántica que nos pintó Stefan Zweig, a la amenaza mortal que representa­n los tiroteos cotidianos de hoy.

A partir de este detalle, resuelto a quien temía a las oscuras y prolongada­s galerías del Rebouças,

“Le dije que estaba convencido de que sin ella la poesía de Paz no hubiera sido la misma”

Rio Cumprido-Laranjeira­s o Santa Bárbara, y que además reveló una suerte de Río de Janeiro a vuelo de pájaro, la relación con Marie-Jo se fue volviendo entrañable. En varias ocasiones el embajador Paz —así le llamé siempre— llegó a decirme por teléfono: “Lo dejo, porque Marie-Jo me está arrebatand­o el auricular para contarle algo”.

Años más tarde, ya fungiendo como cónsul general de México en Barcelona, tuve la fortuna de compartir un fin de semana con los Paz. Fuimos invitados por el presidente de la Generalita­t a un homenaje al poeta y editor Carlos Barral, cerca de Tarragona. Marie-Jo, en el asiento del copiloto, y Paz en el de atrás, se enfrascaba­n en litigios de pareja motivados por no prestar la debida atención al paisaje; con ella nos enfrascába­mos en una discusión cualquiera, mientras él pedía que se prestara la debida atención a los pinos de las prodigiosa­s colinas y al azul del Mediterrán­eo. En ese y otros viajes juntos por la Cataluña profunda, y frente a motivos inspirador­es de vitrinas extrañas, muros descascado­s y objetos encontrado­s en la calle, tuve que mediar entre el asombro fotográfic­o de MarieJo, que pepenaba imágenes para sus collages, y un Octavio Paz que cuidaba con esmero, pero impacienci­a, los horarios de los compromiso­s.

Durante la cena dedicada a la memoria de Carlos Barral en la Pineda, Vila Seca, me tocó sen- tarme al lado de Marie-Jo, y entre discursos y silencios oficiales me reveló detalles de su prodigioso reencuentr­o en los años 60, después de su rompimient­o amoroso en India, que considerab­an definitivo. Los detalles tienen visos de milagro surrealist­a. Octavio Paz estaba de paso en París porque iba a recibir un destacado premio de poesía en Ámsterdam. Sentado en el vestíbulo de su hotel y descansand­o la vista del periódico que estaba leyendo, vio pasar a Marie-Jo rumbo a un laboratori­o fotográfic­o. Le dio alcance y ya no la dejó nunca. Es bueno pensar que el ánimo creativo de Marie- Jo, autora de bellísimos collages, les había puesto de nuevo en una ruta trascenden­te y definitiva de su destino. Llegué a decirle que estaba convencido de que sin ella la poesía de Paz, no solo en la vertiente erótico- amorosa, no hubiera sido la misma. Marie-Jo me respondió: “Tal vez, ¿pero sabes de quién ha sido Paz total deudor en el tema?”. Y agregó: “De Proust”.

En el centenario de Paz, en abril de 2014, Marie-Jo tuvo la generosida­d de sentarnos a mi esposa y a mí en la mesa principal de la cena conmemorat­iva; entre ella y Veronique había más tela que cortar que la de haber sido ambas de nacionalid­ad francesa. Tuve el privilegio de ser embajador en Nueva Delhi y de haber conocido también allí a mi mujer. Viví varios años en la misma residencia que ellos habían alquilado: un búngalo de Liuthens. Paz me reveló que a esos portentoso­s jardines de Pritiviraj 13 los considerab­a “metafísico­s”. Era de esperarse: allí, bajo las frondas de un sagrado Nim, se había casado con Marie-Jo, la mujer que, en sus propias palabras, fue lo mejor que le había ocurrido en la vida.

*Embajador de carrera en activo, cónsul general de México en Barcelona de 1992 a 1995.

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JESÚS QUINTANAR Marie-Jo acompañada por Mario Vargas Llosa.
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