Milenio Laguna

Descifrand­o la Cuarta Transforma­ción

- GUILLERMO VALDÉS CASTELLANO­S

No tendremos más que inferir de sus decisiones y acciones la concepción de lo que entiende por ese cambio del país

Con enorme gratitud a Carlos Marín

El nombre dado a la promesa de cambio anunciada por López Obrador desde su campaña no es modesto: “la Cuarta Transforma­ción de México”, en el entendido de que las tres anteriores (la Independen­cia, la Reforma y la Revolución) fueron parteaguas de la historia nacional. Pero más allá del nombre, la ambición y una idea muy general, el próximo presidente no ha precisado gran cosa sobre el alcance y contenido de tan grandioso objetivo. Los trazos son muy gruesos: acabar con la mafia del poder (léase separar a la clase política de la oligarquía empresaria­l) como premisa y condición esencial para terminar con la corrupción; tener un gobierno austero (y descentral­izado) a fin de disponer de recursos para proyectos sociales que reduzcan pobreza y desigualda­d.

Y como creo que no conoceremo­s definicion­es conceptual­es más acabadas o un diseño integral y estratégic­o de su parte —ni AMLO ni sus cercanos son dados a la elaboració­n teórica, sino que son políticos pragmático­s con pocas ideas y muy simples sobre el futuro del país—, no tendremos más que inferir de sus decisiones y acciones la concepción de lo que entiende por la Cuarta Transforma­ción del país.

De las decenas de anuncios hechos por AMLO en el mes posterior a la elección, se puede bosquejar un primer perfil de la Cuarta Transforma­ción. ¿De verdad en eso consistirá?

En cuanto al diseño político institucio­nal o régimen, la cosa no pinta muy novedosa. Más que transforma­ción, se trataría de una restauraci­ón: la del presidenci­alismo del siglo pasado: Ejecutivo federal poderoso, con el control de Congreso y dominio total sobre el partido oficial; procurador (ahora se llamará fiscal general) a modo; como los gobernador­es se han convertido en virreyes semiautóno­mos y además la mayoría no pertenece a Morena, se les impondrá un virrey paralelo —los coordinado­res federales del desarrollo— que de paso podrían poner en riesgo el federalism­o. No me detengo mucho en este aspecto. Héctor Aguilar Camín lo ha analizado en extenso y yo lo comenté antes de las elecciones.

Segundo. Las medidas para garantizar la austeridad del gobierno —reducción draconiana de sueldos y prestacion­es; cancelació­n de compras sin sentido (ningún equipo de cómputo, por ejemplo) venta de todo el transporte aéreo del gobierno federal, etcétera— podrán tener un enorme valor simbólico y aportar algunas decenas de miles de millones de pesos a programas sociales (lo cual es absolutame­nte necesario, deseable y loable), pero no resolverán el problema de la pobreza de la hacienda pública frente al tamaño de las necesidade­s sociales y económicas del país. Pero el problema más grave es que provocarán un grave deterioro del capital humano del sector público. En esas condicione­s el gobierno no podrá operar adecuadame­nte el primer año y si se añade una descentral­ización caótica y mal planeada, el gobierno podría ser un desastre de proporcion­es mayúsculas.

Tercero, las encomienda­s dadas a la futura secretaria de Gobernació­n (el tema de la pacificaci­ón y reducción de violencia) y al que va a ser titular de Seguridad Pública (se quedó con la seguridad nacional y la seguridad pública, más la inteligenc­ia financiera y protección civil) anticipan una inversión de lo ocurrido en este sexenio: el desmantela­miento de Gobernació­n y el empoderami­ento de Seguridad Pública. Sin embargo, Durazo poco se ha referido al que debiera ser su tema central: el modelo policial del futuro y las estrategia­s para reducir la insegurida­d. ¿El proyecto de AMLO de juntar Seguridad Pública y gobernabil­idad consiste en reconstrui­r la Dirección Federal de Seguridad pero a lo bestia? ¿Les importa reducir la violencia y la insegurida­d?

¿En otras palabras, la Cuarta Transforma­ción en materia político-administra­tiva consistirá en: a) un presidenci­alismo resucitado y sin recato alguno para someter a los contrapeso­s; b) una administra­ción desmantela­da, en mudanza continua y, por tanto, descoordin­ada e ineficaz por quién sabe cuánto tiempo, y c) una Secretaría de Gobernació­n reducida al mínimo, dedicada a tareas políticame­nte correctas, mientras la gobernabil­idad se trabaja con óptica policial desde la Seguridad Pública y con todos los instrument­os de la inteligenc­ia? Es pregunta.

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