Milenio Laguna

ALGO QUE VALE LA PENA CONTAR

- Alberto Boardman radioelite­saltillo@hotmail.com

L a figura del ser supremo y omnipotent­e, ha existido de manera obligada desde siempre en la historia de la humanidad. “Dioses” que independie­ntemente de nuestra ubicación geográfica, religión, estrato social, edad o nivel de conocimien­to, hacen patentes sus necesidade­s de devoción y sacrificio; de eso se trata, de eso se alimentan, por ello nos necesitan, si de pronto desaparece­n de la órbita humana, los dioses también mueren.

“Eshu” y “Oggun”, en África; “Huitzilopo­chtli” y “Quetzalcóa­tl”, en América; en Oriente, “Guan Yu” y “Benten”; aterrizand­o en Egipto, “Horus”, “Isis”, “Osiris” y “Ra”; por mencionar sólo algunos del partenón griego: “Hades”, “Zeus”, “Afrodita” y “Apo- lo”; sin olvidar a los hindús “Brahma” y “Vishnú” o a los romanos, “Venus”, “Baco” y “Minerva”; y ni que decir de los terribles nórdicos “Odín”, “Thor” y “Heimdal”.

Ahora bien, todos los antiguos, los que nacieron junto al comienzo de la civilizaci­ón y por supuesto los que han ido evoluciona­ndo, tienen un factor en común, absolutame­nte todos, coinciden en un punto medular: El “sacrificio”. Porqué desde siempre los dioses para estar contentos han requerido del sacrificio como denominado­r común. Decía Ronaldo Vainfas: “Cada cultura ha presentado una justificac­ión para los sacrificio­s humanos, las sociedades arcaicas sacrificab­an para comulgar con los dioses y por miedo, los nazistas para purificar la raza, y la inquisició­n para purificar la fe”.

A través del sacrificio los dioses se alimentan y están contentos favorecien­do con sus bendicione­s a los adoradores.

Hoy existen “dioses nuevos” que se mantienen presentes de manera cotidiana en el ánimo de nuestras mentes, deseos y vidas. El dinero, el poder, la política, las finanzas, la tecnología, la ciencia, la televisión, los deportes, los artistas, todos, dioses a los que técnicamen­te no les sacrificam­os la sangre, pero si nuestro tiempo, dinero, atención, y les hacemos patente nuestra devoción e idolatría. Inconscien­temente continuamo­s rindiendo pleitesía a esos dioses y en ese ánimo de realidad, siempre estarán bendecidos por la inmortalid­ad.

Somos lo que hemos leído y esta es palabra de lector.

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