Entre las teclas (disponible)
C omo Tolvanera de palabras, libro publicado en este 2018, Entre las teclas, periferia del oficio literario también está a merced en la librería El Astillero (Morelos entre Leona Vicario e Ildefonso Fuentes, Torreón). Su tiraje fue pequeño, casi de autoconsumo, así que muy probablemente se agotará de un soplido. Para que se vislumbre su contenido, dejo aquí parte del prologuito:
“Imaginé al lector modelo de estas páginas y no se me ocurrió otro mejor que el ubicado todavía en la juventud. Un joven escritor es la persona que aquí busco. Quizá a ese lector puedan servir mis ideas no tanto como brújula, sino como simple y tal vez emborronado croquis para orientarse en algunas zonas de la ciudad literaria. Al escribir me recordé joven y creí que en aquel lejano tiempo me hubiera gustado saber algo de lo que comento ahora que ya estoy bien entradito en años, casi pisando los de Aquiles a la tercera edad. Por ejemplo, entender la importancia de los títulos, vislumbrar qué tanto es necesario escribir al día para no autodesterrarse del oficio, de dónde agarrar temas, considerar si existe la inspiración o el texto sólo sale a punta de abnegada talacha. En fin, todo eso, o algo de eso que, como ya dije, constituye parte de la vida literaria y sus inmediaciones.
Lo he subtitulado periferia precisamente porque no indaga en el hueso de la actividad literaria, es decir, no es lo que los antiguos llamaban preceptiva, un manual para inmiscuirse en los géneros, por otro lado habitualmente inútiles o casi inútiles (me refiero a las preceptivas). Alguien dirá que mis apuntes son meras generalizaciones, y estaré de acuerdo, pues en materia de creatividad todo tiene sus asegunes y es imposible suministrar recetas. Quien las desee a la hora de escribir, que cambie la computadora por la estufa.
Como en muchos casos o como en casi todos los casos relacionados con lo que escribo, he dudado y sigo dudando sobre la puntería de mis afirmaciones. La seguridad al decir algo, si la hay, es siempre una falacia, la fachada que uno se inventa para no parecer lo que es: un pobre diablo vacilante.
No añado más, sólo mi propósito de no aburrir y haber escrito bien lo que he pensado y hoy comparto (con las mismas moderadas — por no decir nulas— esperanzas de siempre) en este racimo de papel”.