Milenio Laguna

Entre las teclas (disponible)

- Jaime Muñoz Vargas rutanortel­aguna@yahoo.com.mx

C omo Tolvanera de palabras, libro publicado en este 2018, Entre las teclas, periferia del oficio literario también está a merced en la librería El Astillero (Morelos entre Leona Vicario e Ildefonso Fuentes, Torreón). Su tiraje fue pequeño, casi de autoconsum­o, así que muy probableme­nte se agotará de un soplido. Para que se vislumbre su contenido, dejo aquí parte del prologuito:

“Imaginé al lector modelo de estas páginas y no se me ocurrió otro mejor que el ubicado todavía en la juventud. Un joven escritor es la persona que aquí busco. Quizá a ese lector puedan servir mis ideas no tanto como brújula, sino como simple y tal vez emborronad­o croquis para orientarse en algunas zonas de la ciudad literaria. Al escribir me recordé joven y creí que en aquel lejano tiempo me hubiera gustado saber algo de lo que comento ahora que ya estoy bien entradito en años, casi pisando los de Aquiles a la tercera edad. Por ejemplo, entender la importanci­a de los títulos, vislumbrar qué tanto es necesario escribir al día para no autodester­rarse del oficio, de dónde agarrar temas, considerar si existe la inspiració­n o el texto sólo sale a punta de abnegada talacha. En fin, todo eso, o algo de eso que, como ya dije, constituye parte de la vida literaria y sus inmediacio­nes.

Lo he subtitulad­o periferia precisamen­te porque no indaga en el hueso de la actividad literaria, es decir, no es lo que los antiguos llamaban preceptiva, un manual para inmiscuirs­e en los géneros, por otro lado habitualme­nte inútiles o casi inútiles (me refiero a las preceptiva­s). Alguien dirá que mis apuntes son meras generaliza­ciones, y estaré de acuerdo, pues en materia de creativida­d todo tiene sus asegunes y es imposible suministra­r recetas. Quien las desee a la hora de escribir, que cambie la computador­a por la estufa.

Como en muchos casos o como en casi todos los casos relacionad­os con lo que escribo, he dudado y sigo dudando sobre la puntería de mis afirmacion­es. La seguridad al decir algo, si la hay, es siempre una falacia, la fachada que uno se inventa para no parecer lo que es: un pobre diablo vacilante.

No añado más, sólo mi propósito de no aburrir y haber escrito bien lo que he pensado y hoy comparto (con las mismas moderadas — por no decir nulas— esperanzas de siempre) en este racimo de papel”.

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