Ayatolito con el dedo
Estoy de acuerdo en que nuestro problema es axiológico. El bien y el mal en México son términos tan flexibles como ese “deme pa’ los chescos” que puede significar desde 20 pesos hasta las escrituras del coche. No padecemos la falta de marcos legales o de instituciones formales, sino la corrupción y la impunidad endémicas que los vuelven inoperantes; a lo largo y ancho del país no se mueve una hoja sin su tóxico lubricante, y ay de aquella alma noble que intente vivir fuera de su sombra. ¿Que si eso se va a arreglar con una Constitución moral? Por supuesto que no.
Podemos desgañitarnos hablando de cómo la diferencia entre un país moderno y uno premoderno radica en que el primero se rige por leyes concretas mientras al segundo se le dictan inasibles desde los púlpitos, o de cómo la aplicación efectiva de políticas públicas anticorrupción vale más que mil declaraciones, como, por ejemplo, ésta: “Bajo ninguna circunstancia, el próximo Presidente de la República permitirá la corrupción ni la impunidad. Sobre aviso no hay engaño: sea quien sea, será castigado. Incluyo a compañeros de lucha, funcio-
narios, amigos y familiares”. Aplaudiría a rabiar si no fuera por, entre otras, la rotunda negativa a un fiscal independiente, y la acendrada y repetida defensa de los muchos conocidos malandros en el primer círculo del futuro presidente.
Porque López Obrador y sus más cercanos podrán adolecer de muchas cosas, pero no de idiotas. La contradicción no es confusión o ingenua lealtad. Saben que la mejor manera de lograr sin gran resistencia una reforma constitucional a modo, una que les permita ejercer el poder sin molestos contrapesos, es llamando a la purificación de la moral y de las buenas costumbres. Y a ver qué valiente se opone a ese Deus lo Vult sin sentir el escarnio de los acólitos.
Hugo Chávez también abrió su presidencia llamando a moralizar Venezuela a través de un cambio constitucional. Sí, ya sé que no le llego a esos genios que tan claramente vislumbran que Chávez no es
El Peje. Eso no quita que ambos favorezcan los mismos mecanismos perversos, y que mientras sigamos alabando lo que nuestro próximo presidente dice, en vez de vigilar muy de cerca lo que hace, nos va a llevar a todos el mismo pajarito.