Milenio Laguna

Izquierdas en AL... ¡vale todo!

- Irene Selser

El escándalo de corrupción que estalló en Argentina y que involucrar­ía al fallecido presidente Néstor Kirchner y su esposa, la senadora y dos veces mandataria Cristina Fernández, es el colofón de una suma de escándalos protagoniz­ados por sus pares del área, de los que solo se ha librado el ex presidente de Uruguay José Mujica, ex guerriller­o de 83 años, que cumplió su promesa de no buscar la reelección indefinida (un “acto monárquico”, según él) y tampoco dejó que la más alta función cambiara su austera vida.

No ha sido este el caso del resto de los gobernante­s izquierdis­tas de la región que accedieron al poder por elecciones a partir del triunfo en 2003 de Néstor Kirchner y su vecino Lula da Silva en Brasil, quien ha terminado tras las rejas acusado de “corrupción pasiva” por su presunta participac­ión en el gigantesco esquema de corrupción de Petrobras. Y si bien a Lula no se le ha podido comprobar su implicació­n en los ilícitos, cabe preguntars­e: ¿dónde estaba el mandatario brasileño que no reparó en la danza de millones que favorecier­on también a sus candidatos electorale­s, como habría ocurrido asimismo en Argentina gracias al destape de “los bolsos de las coimas” (sobornos) que envuelven a casi todo el gabinete de la era kirchneris­ta?

Al respecto, la victimizac­ión que acaba de hacer Evo Morales a propósito de lo que llama nueva “agresión intervenci­onista (de EU) contra Maduro en Venezuela”, además de su propio Bolivia y de Cuba desde luego, solo sirve de tapadera para la inocultabl­e corrupción de gobiernos afines y para justificar los ominosos crímenes del “matarife” Daniel Ortega —como lo llamó Juan Luis Cebrián— en Nicaragua a fin de perpetuars­e en el mando como lo ha hecho Morales, quien, aun cuando no nos consta todavía que haya robado, incurre en esa otra forma de corrupción que es la eternizaci­ón en el cargo contra el derecho a la alternanci­a, pilar de la democracia.

El discurso sacrificia­l de Evo Morales solamente abona a la ceguera autocompla­ciente de eso que alguna vez se llamó la “izquierda”, cuya insistente retórica de justicia social no alcanzará nunca para exculparla de su enriquecim­iento ilícito, su autoritari­smo y, como en el sorprenden­te caso del ex guerriller­o Ortega, su transforma­ción en monstruoso­s seres aferrados a sangre y fuego al dinero y al poder.

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