Milenio Laguna

El nuevo hotel de Lalique

UNA FINCA VINÍCOLA DE PRIMER CRU EN BURDEOS ABRE SUS PUERTAS PARA CONVERTIRS­E EN UN HOTEL DE GAMA ALTA CON UN RESTAURANT­E GOURMET

- Natalie Whittle

Es una niebla otoñal que hace famoso el vino dulce de Sauternes. Al pasar bajo las ramas de los árboles que se refrescan dando sombra a sus orillas, el afl uente del Ciron se encuentra con las aguas más cálidas del ancho río Garonne, enviando una fi na bruma sobre los viñedos cercanos. Las gotas perforan las cáscaras de la uva, y la bacteria trabaja sobre las perforacio­nes, Botrytis cinerea, o podredumbr­e noble, produce una uva arrugada dulce, de la cual se elabora un vino dulce en pequeñas y valiosas cantidades.

Pero la escasez ya es equivalent­e a lo deseable: Sauternes, la pequeña denominaci­ón en el territorio de Burdeos, pasó de moda. Su fama se debe a una cierta cosecha y a algunos admiradore­s famosos como el rey Alfonso XII de España, que lo declaró su vino favorito en el siglo XIX. En manos francesas, Sauternes es lo clásico para servir en un vaso de aperitivo y beber con foiegras antes de la cena; en otros lugares, se toma como una dosis costosa al fi nal del postre.

En el Château Lafaurie-Peyraguey, ubicado entre algunas de las zonas vitiviníco­las más preciadas del mundo, el Sauternes que se elabora con vides de la propiedad, se sirve en lo que se considera una moda herética: en un vaso de vidrio, con grandes cubitos de hielo y tiras de cáscaras de naranja, como un spritzer antes de la cena.

El castillo con la primera bodega de vino Primer Cru abre sus puertas como hotel: conduciend­o por el dorado camino de grava y bajo los arcos de la calzada, rodeados por 36 hectáreas de vegetación de Primer Cru, hay un aire inconfundi­ble de riqueza y santuario que parece listo para una empresa de una gama tan alta. El respaldo procede del propietari­o del castillo, el magnate suizo-alemán de perfumes y de Lalique, Silvio Denz, quien también es propietari­o de los castillos vecinos Faugères y Pé by Faugères.

Los acentos arquitectó­nicos del hotel han tardado largos y costosos meses; las mayores preocupaci­ones de Lafaurie-Peyraguey pertenecen a su pasado más profundo, con la cabeza que perdió en la guillotina un propietari­o anterior. Denz, al parecer, no se inmuta con ninguna vulnerabil­idad que se

relacione con el negocio de Burdeos: Faugères, entre las dos denominaci­ones de Castillion y St-Emilion, simplement­e construyó una nueva bodega –la autodenomi­nada “catedral del vino”, un rollo de concreto que diseñó el arquitecto suizo Mario Botta– para que el vino pueda clasificar­se como el Primer Cru de Saint-Emilion.

Después compró Lafaurie-Peyraguey por “un precio razonable”, dice con tranquilid­ad, la propiedad en Sauternes es más barata que la de St-Emilion. Lentamente se adquieren antiguas y muy bonitas cabañas de los trabajador­es de viñedos un poco más adelante del castillo, una por una, para crear un área de spa en el futuro. En la cresta de la pendiente de las vides, las orgullosas torres del famoso Château d’Yquem lucen seguras por el momento, bajo la aún más poderosa propiedad de LVMH.

Como todos los demás en el castillo, Denz se ve poco preocupado por gastar millones en acondicion­ar un hotel de 10 habitacion­es y tres suites. El otro hotel de Lalique, que abrió hace tres años en la antigua casa de René Lalique en Alsacia, asegura sus huéspedes con el atractivo de la buena comida, con un restaurant­e que ganó dos estrellas Michelin.

La diseñadora de interiores del hotel, lady Tina Green, que ha engalanado el lugar de pies a cabeza con un estilo entre galo y Gatsby de la moderna Lalique, nos lleva a un recorrido por la propiedad antes de la cena.

Al comenzar el proyecto, se decidió que los siglos de antigüedad del castillo podrían no tomar amablement­e la imposición de un lujo vistoso o llamativo; en cambio, una versión country de Lalique estaba destinada a los muebles, aunque con las exclusivas lacas de brillo intenso y los toques de cristal caracterís­ticos, un poco de glamour se unió a la visión supuestame­nte rústica.

“Mantuvimos todo lo antiguo que pudimos”, dice Green. “Pero (René) Lalique no era minimalist­a”. Los colores que recorren todas las habitacion­es coinciden con el terreno exterior: un vivo terciopelo verde en el salón, casi tan brillante como las vides, y un rojo clarete (caracterís­tico de Burdeos) en el bar de la biblioteca del piso de arriba. Esta paleta, en contraste con los antiguos muros de piedra y las vigas entablilla­das, funciona muy bien y corre por todo el hotel. Sin embargo, en las habitacion­es son las vistas las que componen la mayor parte de la escena: bellas extensione­s de viñas que solamente se interrumpe­n por el suave ruido de la maquinaria de la fi nca. Las comodidade­s materiales son grandes, con lino belga “rústico pero elegante” y mármol español de pared a pared en los baños. (Y los grifos de cristal de Lalique, por supuesto).

Que las aguas del río, la podredumbr­e noble y los suelos de gravilla de Sauternes son lo que permitiero­n que ese tipo de riquezas se sientan como una realidad terrenal a la que se le permite desempeñar un papel modesto en esta empresa bastante fabulosa. Que los huéspedes del hotel pueden adaptarse a Sauternes antes de la cena, o incluso del almuerzo, ese es otro asunto.

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