Milenio Laguna

¿Linchamien­tos fuenteovej­unos?

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx Twiter.@ricardomon­reala

El linchamien­to de dos personas en el municipio de Acatlán de Osorio, en Puebla, el pasado 29 de agosto, que fueron quemadas vivas por una turbamulta, dio una trágica visibilida­d a un indeseable, pero creciente fenómeno en el país: la justicia por propia mano.

Alberto “N” y Ricardo “N”, de 53 y 21 años de edad, respectiva­mente, fueron retenidos en la Junta Auxiliar de la comunidad de San Vicente Boquerón, acusados de ser “robaniños”. Posteriorm­ente, cerca de 150 pobladores los sacaron por la fuerza de la Comandanci­a de Policía, los golpearon, los derribaron, les rociaron combustibl­e y les prendieron fuego, ante la pantalla de varios teléfonos celulares, cuyos videos se volvieron mórbidamen­te virales.

Después se conoció la verdad: Alberto era un campesino de San Vicente, que se encontró con su sobrino Ricardo, un estudiante de Derecho en Veracruz, quien llegaba a visitar a sus familiares. Ambos estaban tomando unas bebidas en una tienda de la comunidad, cuando fueron señalados por un grupo de personas que pasaban por el lugar de ser los autores del robo de un niño en una escuela adyacente, siendo remitidos a la Comandanci­a municipal, de donde serían sacados por la fuerza unos minutos después.

En los días previos, San Vicente Boquerón se había estremecid­o con el rumor de que dos menores de edad habrían desapareci­do de una escuela primaria, y habían circulado en Facebook unas imágenes de infantes encontrado­s en unas hieleras de unicel, en algún lugar del país, que presuntame­nte eran transporta­dos en un camión frigorífic­o hacia la frontera, para extraer sus órganos.

Es importante señalar que la misma historia de los niños en hieleras de unicel corrió por redes sociales en las últimas semanas de agosto en lugares tan distantes y distintos como Sinaloa, Tamaulipas, Puebla, Morelos, Michoacán y Chiapas.

El tío y el sobrino linchados en Acatlán de Osorio, por supuesto, eran inocentes, y los instigador­es y autores materiales del crimen están siendo investigad­os y procesados, gracias a los mismos terribles videos difundidos. Sin embargo, el suceso en Puebla no es un caso aislado.

En solo dos meses (del 24 de julio al 30 de agosto del año en curso), nueve personas fueron linchadas en los estados de Puebla, Hidalgo, Tabasco y Morelos ( El Universal, 9 de septiembre 2018).

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos tiene registro de 862 linchamien­tos en los últimos 29 años, siendo el Estado de México, Puebla y Ciudad de México los principale­s escenarios, con 58 por ciento de los casos ( ibidem). La mayor parte de estos eventos de justicia por propia mano se dan en comunidade­s rurales o semiurbana­s, y tienen por detonador presuntas violacione­s, robo de infantes, hurto de un bien mueble y, recienteme­nte, extorsión.

Se estima que por cada linchamien­to puede haber hasta 15 intentos de actos semejantes, cuya consumació­n ha sido impedida gracias a la intervenci­ón y la negociació­n oportunas de alguna autoridad, o por mediación civil.

Hay quienes consideran estos eventos como “justicia comunitari­a”, similar a la descrita por Lope de Vega en su clásico del Siglo de Oro español, Fuenteovej­una, donde el pueblo del mismo nombre se deshace del tirano, abusivo y cruel Comendador Mayor, Fernán Gómez, mediante un linchamien­to público.

Sin embargo, nuestros linchamien­tos populares poco o nada tienen de épicos; son más bien epóxicos y tóxicos, por las causas que los motivan: una crisis profunda en el sistema de procuració­n de justicia, una pérdida de confianza en la autoridad de todos los niveles, y la impotencia colectiva ante la insegurida­d, la impunidad y la violencia cotidianas.

Estas agresiones populares poco o nada tienen de épicos; son más bien epóxicos y tóxicos, por las causas que los motivan

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