Milenio Laguna

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e topan en unos días Canelo Álvarez y Gennady Golovkin, segundo

match de dos peleadores que han terminado por ser muy diferentes, cuando podrían no haberlo sido tanto. Soy de los que creen que Álvarez ganó, por diferencia exigua, la primera pelea. Se entiende: es mejor que Golovkin, en tanto ser mejor es mover más la cintura, caminar con más soltura por todo el ring, usar más golpes y combinacio­nes diferentes, contrapone­r la técnica y la estrategia a las condicione­s naturales. El kazajo es un fuerza de la naturaleza: pega durísimo y resiste los golpes que le echen, siempre de frente. El

Canelo, en cambio, no es ya el peleador frontal y voraz que no pudo alcanzar nunca a Mayweather. El Canelo boxea.

Este contraste le da un algo de combate clásico a la pelea del domingo. Léanlo si no. Digo que lo lean porque últimament­e, como para acompañar la pelea, se multiplica­n en las editoriale­s mexicanas algunos títulos de boxeo que vale la pena conseguir. Uno es el retrato íntimo de otra fuerza de la naturaleza que además fue un pelador extraordin­ario, Julio César Chávez. Feroz, ofensivo en la buena tradición mexicana, con pegada tremenda y buena mandíbula, tenía algo de esa agresivida­d de Golovkin, pero también un boxeo muy superior, y véanlo sino cabecear una y otra vez, cerca de las cuerdas, con una gran pericia defensiva. El retrato se debe a otro peleador, su hermano Rodolfo, que habla del César, el campeonísi­mo, desde la primera fila. Con cierto descuido editorial y lejos de una altura literaria que no pretende tener, Julio

César Chávez: la verdadera historia es el retrato de la vida exitosa de quien supo huir de la miseria profunda, es decir, una vida clásica de boxeador; es decir, una vida, en ese sentido, muy literaria.

Y es que, como dice y dice bien el lugar común, el boxeo y la literatura se acompañan felizmente desde hace ya muchos siglos. Lo deja claro una colección muy guapa de libritos con piezas sobre este deporte, A puño limpio (Almadía y El Salario del Miedo), que arrancan con un nombre que es siempre una garantía: Eduardo Lamazón. Compañero de Chávez en la conducción sabatina de box, es Lamazón un caballero de muy buenos oficios escritos y muchos saberes sobre la dulce ciencia. Despuesito de él, se dejan venir Homero y Conan Doyle, Jack London y James Ellroy, O. Henry, Hemingway y Garibay.

Regálense eso. Anticipen la pelea del sábado; entiéndanl­a mejor. Lean el boxeo, que, dijo alguien, es, después de todo, el deporte que todos los deportes quisieran ser.

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