E Por qué no denuncian
l testimonio de Christine Ford, la acusadora del candidato de Trump a la Suprema Corte, fue desgarrador. Ella fue creíble, inteligente y mesurada. Él fue emocional, arrogante e iracundo. A pesar de eso, muchos minimizaron el reclamo tildándolo de extemporáneo, de oportunista o de exagerado, como si quien estuviera siendo juzgada fuera ella.
Últimamente, por aquello de #MeToo, he discutido con algunos amigos sobre los límites entre seducción y acoso. A la mayoría se le dificulta imaginar que una mujer intente sobarles los tanates y que ellos se asusten o indignen por ello, porque desde su seguridad de machos alfa fantasean con Lara Croft en un vestido escotado desabotonándoles la camisa, y nunca con la Guayaba y la Tostada pelándoles el plátano con manos callosas en algún callejón orinado mientras están incapacitados.
No soy de quienes piensan que todos los hombres son agresores y todas las mujeres víctimas. Hay mujeres que le aplican cotidianamente a sus familias una toxicidad marca araña violinista, pero la diferencia tangible es que la violencia masculina tiene un componente físico ineludible. Es decir, si bien tanto los hombres como las mujeres pueden reventar autoestimas o hacer sentir al otro eternamente culpable, es más fácil que un hombre inmovilice a una mujer, la estrangule o la deje inconsciente de un puñetazo que viceversa. Vaya, cuando un hombre es acosado sabe que con levantarse e irse se termina la incomodidad, mientras que en una situación similar una mujer debe contemplar la posibilidad de acabar violada o muerta. Sin olvidar que es altamente probable que, además, sea culpada de ello.
Porque a la dicotomía física hay que añadirle la ideológica, esa que nos enseña que si bien el varón debe “esparcir su semilla”, no hay puente posible entre María virgen y Magdalena meretriz, configurando una cultura de subsidiaridad femenina, asumida por hombres y mujeres, que le extiende la misma impunidad a quien besa sin permiso a una reportera para minimizarla como interlocutora y a quien se embriaga e intenta violar a una niña de 15 años. El primero es hoy nuestro presidente y el otro va que vuela a la Suprema Corte de Estados Unidos.