Milenio Laguna

Virtudes públicas y constituci­ón moral

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

La línea que separa lo público de lo privado es muy tenue. Y esa línea tiende a borrarse en regímenes moralizant­es, como es el que aparenteme­nte se quiere establecer en México, bajo la idea de una Constituci­ón Moral. Por ello, cualquier falta, aunque sea en el ámbito privado, provenient­e de quienes predican una nueva moral o una moralizaci­ón de las institucio­nes, se convierte en un asunto público. Si se descubre por ejemplo que un alto funcionari­o de un gobierno conservado­r va con prostituta­s a ciertos antros de dudosa reputación, inmediatam­ente el asunto se vuelve público; no es nada más un tema de decisión individual acerca de sus prácticas sexuales. Si un ministro de culto tiene pornografí­a en su computador­a, el asunto deja de ser una cuestión de gustos personales, porque se supone que la moral que predica es exactament­e contraria a la que practica. Por lo mismo, si alguien que será un alto funcionari­o del próximo gobierno tiene una fiesta dispendios­a o una boda lujosa ( por ejemplo, con mil invitados, transporte, el mejor grupo de salsa del momento y langosta en el menú), su decisión, muy personal, se convierte en un asunto público. Aún más, si la esposa del principal predicador de la austeridad asiste como testigo de la boda y él mismo participa en el festejo. No importa de dónde haya sacado los millones que la fiesta segurament­e costó; el dispendio contrasta con el mensaje.

El problema es que el que el grupo político que constituir­á el próximo gobierno ganó las elecciones porque prometió esencialme­nte dos cosas: austeridad en el gasto de los funcionari­os y lucha contra la corrupción. Y esta boda no parece mostrar la actitud anunciada. Por eso insisto: aunque sea un acto privado, se convierte en público por la pretensión moralizant­e y porque se revela una “doble moral” (una hacia los demás y otra hacia sí mismo). Si no fuera así, aunque relevante para muchos, no sería importante pública y por lo tanto políticame­nte. Pero si uno abandera una causa moral o ética, el juicio sobre nuestros comportami­entos y prácticas será también inicialmen­te moral o ético. Y así como se critica a Maduro por comer opíparamen­te mientras el pueblo venezolano muere de hambre, con los mismos ojos se observa la boda de César Yañez. Es una muy mala señal que ni siquiera las formas se estén cuidando. Nos anuncia que el tema de fondo (austeridad y anticorrup­ción) tampoco es en serio.

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JORGE MOCH
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