Milenio Laguna

El ojo que todo lo mira

Ya no nos vigila el ojo en el cielo, como en la época de Alan Parsons, hoy el ojo se ha sofisticad­o, se ha vuelto un tirano y se ha multiplica­do; no hay escapatori­a posible mientras haya un teléfono cerca...

- Jordi Soler

Mucho se ha fantaseado con ese ojo que todo lo mira. Un ojo que está en el cielo, el eye in the sky al que cantaba Alan Parsons y que debe ser, en su origen, el ojo de Dios, una mirada a la que nadie puede escapar. ¿Existe tal cosa? Quizá a nivel personal el ojo que todo lo mira es la conciencia de cada uno; la conciencia es un dron que nos sobrevuela y no nos pierde de vista, a menos que perdamos la conciencia y entonces pase a mirarnos la conciencia de los otros. ¿Y si perdemos la conciencia en una isla desierta? En ese caso el ojo en el cielo será un accesorio exclusivo para los que creen en Dios. Pero en el siglo XXI el ojo en el cielo, ese que todo lo ve, se ha desvincula­do ya de Dios.

Antes de abordar la seculariza­ción del ojo, vamos a hacer una escala en otro tipo de mirada que viene también al caso porque todo lo ve; se trata de una mirada inmoral porque va, o ve, más allá de lo que, como especie, nos está permitido ver. ¿Qué es lo que nos está permitido ver? El 10 por ciento, más o menos, del mundo que nos rodea, el otro 90 por ciento no podemos percibirlo, está aquí pero fuera del alcance de nuestros sentidos.

En la película X (1963), de Roger Corman, un médico hace experiment­os con una fórmula de su invención que se aplica en los ojos; se pone un par de gotas y empieza a verlo todo como si tuviera rayos X; “soy prácticame­nte ciego” —dice en una línea crucial de la película— “solo puedo ver una décima parte del universo”. El primer resultado práctico que obtiene de sus ojos con rayos X, es un ojo clínico más agudo que el de sus colegas, con la dosis adecuada de gotas es capaz de ver el interior de sus pacientes y de dictaminar, sin margen de error, la causa de la dolencia. Gota tras gota el médico aumenta su visión, camina por las calles y ve el interior de las personas y las cosas, paulatinam­ente va separándos­e de la sociedad: es un hombre que ve más que todos y esto lo convierte en un elemento peligroso. De manera probableme­nte involuntar­ia, Corman nos enseña que para mantener el orden y la armonía en la sociedad, todos tenemos que estar medio ciegos, basta uno que vea más allá para que se convierta en una amenaza. Llega un día en que el médico ve lo que nunca debería haber visto, la tramoya o los fundamento­s del universo, el escalofria­nte caos que nos rodea y que felizmente no vemos, el médico mira el verdadero infierno, que es el lugar aterrador donde ha vivido siempre sin saberlo, y no encuentra más remedio que sacarse los ojos. Así termina esta parábola del siglo XX, rodada por Corman en una época en la que el ojo que todo lo mira era Dios o una pieza de ciencia ficción.

En el siglo XXI el ojo ha cambiado radicalmen­te, sigue limitado al 10 por ciento que es capaz de ver, pero se ha multiplica­do de una manera atroz, al grado de que vivimos permanente­mente vigilados por alguno de los múltiples ojos que miran todo lo que tenemos alrededor. Yo, por ejemplo, ahora escribo estas ideas en el teclado mientras el ojo electrónic­o de mi computador­a, y el del teléfono que está sobre el escritorio, miran todo lo que hago.

Hace unos años el ojo en el cielo dejó de ser ficción, o la divinidad, cuando los gobiernos de las ciudades instalaron cámaras en todas las esquinas para vigilar el comportami­ento de los ciudadanos. El ladrón que sale a media noche de la joyería, cargando un sustancios­o botín, es aprehendid­o a la mañana siguiente por la policía, que lo ha visto con el ojo que todo lo mira, que en nuestro siglo no solo está en el cielo, montado en un dron, sino que ha bajado a unos cuantos metros de la superficie para mirarnos más de cerca. Es importante apreciar que hasta hace unos años estos ojos nos miraban desde arriba, se movían en un plano superior que nos permitía ponernos a salvo de su mirada por el sencillo procedimie­nto de resguardar­nos bajo un techo; pero este plano ha cambiado y hoy los miles de ojos que todo lo miran están a nuestra altura, se mueven entre nosotros, nadie puede ya robarse una primorosa cucharilla de café, o ligar en un bar, o hurgarse ostensible­mente la nariz, o hacer el ridículo sin que alguno de los ojos que todo lo miran, que van montados en las decenas de teléfonos que nos rodean, registre el episodio. Ya no nos vigila el ojo en el cielo, como en la época de Alan Parsons, hoy el ojo se ha sofisticad­o, se ha vuelto un tirano y se ha multiplica­do, ahora nos vigilan miles de ojos, de manera cercana, íntima, a la intemperie o bajo techo, debajo de la mesa o de las sábanas, las distancias han sido abolidas, no hay escapatori­a posible mientras haya un teléfono cerca de nosotros, estamos rodeados, cercados, estamos jodidos.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico