Recuerdo, recordamos hasta que la justicia se siente entre nosotros. Rosario Castellanos
unca más, reza la frase que hace una semana se veía iluminada en la torre de rectoría de la UNAM, junto a un 68 y a una paloma atravesada por una bayoneta; esa fue la señal de luto que recordó los cincuenta años de uno de los hechos más oscuros de la historia de nuestro país. Para muchos de nosotros hablar de Tlatelolco siempre remitirá a ese día nublado del 2 de octubre de 1968, siempre estará ligado a la tragedia ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas.
Desde el verano de ese año, estudiantes de la UNAM, del Politécnico, del Colegio de México, entre otros, tomaron las calles para protestar por la ocupación militar de las instalaciones de varias instituciones educativas. Los ánimos estaban caldeados y el ejército había intervenido para acabar con varias marchas y protestas. Al movimiento se habían unido profesores, ferrocarrileros y muchas personas más que exigían libertad, justicia, respeto a sus derechos, mejores condiciones de trabajo, etcétera.
La tarde del 2 de octubre, miles de personas estaban congregadas en Tlatelolco, desde un helicóptero se lanzó al aire una bengala verde. Los francotiradores ubicados en los altos del edificio Chihuahua iniciaron los disparos. El gobierno dijo que eran estudiantes los que disparaban a sus compañeros y al ejército, los medios de comunicación repitieron esa versión, pero muchos testigos y sobrevivientes señalan como responsables a los hombres del guante blanco, miembros del batallón Olimpia.
La balacera duró poco más de media hora y, en ese tiempo, la plaza se fue pintando de rojo, de la sangre derramada por un número indefinido de muertos y heridos. Muchos jóvenes fueron detenidos, encarcelados y desaparecidos. Los bomberos, de madrugada, mientras llovía, lavaron la explanada. Los cadáveres de jóvenes, mujeres y niños se fueron amontonando. Los días siguientes algunos padres pudieron sepultar a sus hijos, otros no. Hubo manifestaciones de familiares frente a la cámara de diputados. El ejército permaneció en la plaza hasta el 9 de octubre y, tres días después, como si nada hubiera pasado, iniciaron los juegos olímpicos. Ese 2 de octubre el gobierno decidió acabar con el movimiento estudiantil antes de las olimpiadas, y lo logró, pero, a pesar de los años transcurridos, de las vidas truncadas, de las familias heridas, aunque sigan la represión, la corrupción y la impunidad, aunque se cuenten por miles las desapariciones forzosas, aunque se sumen 43 estudiantes más, a las listas de víctimas, no ha logrado apagar el espíritu de lucha, de fuerza, de búsqueda de justicia, que sigue vivo en los mexicanos que todavía buscan un mejor país.