Reescribiendo la historia
Con motivo del 50 aniversario de Tlatelolco, el jefe de Gobierno de la capital, José Ramón Amieva, mandó retirar cinco placas con los nombres del ex presidente Díaz Ordaz. Todas conmemoraban las respectivas inauguraciones de tramos o edificios administrativos de las líneas 1, 2 y 3 del Metro.
Es difícil objetar el retiro de asesinos, ratas o sátrapas cuyos nombres y efigies cuelgan muy orondos en placas y monumentos públicos. Pero limitarse a una mera purga es quedarse en el gesto políticamente correcto; en México, donde hasta la fecha la enseñanza de la Historia suele estar teñida por los filtros políticos del maniqueísmo demagógico de la vieja dictadura, lo que menos necesitamos es replicar los mitos nacionalistas y revolucionarios de solo héroes o solo villanos. Entre otras cosas, porque los mecanismos que nos llevaron a esa presidencia imperial que exigía en bronce el aquilino perfil del mandatario hasta en los nuevos bebederos de la escuela primaria del barrio —y la consiguiente eliminación de la faz de la tierra de cualquier referencia a los adversarios del régimen en turno— fueron los mismos que permitieron la masacre de Tlatelolco.
Es por eso que toda forma de censura histórica — o bien su contraparte, la glorificación de pasajes o de personajes específicos— me parece insana. En Rusia minimizan la regla comunista, evitando que los visitantes la sientan siquiera, enfatizando en vez el glorioso pasado imperial que Putin quiere ostentar sin reparar en que ambos regímenes fueron ferozmente autocráticos, solo que uno tenía mejor arquitectura que el otro. En los Estados Unidos han comenzado a remover, al sur del país, las estatuas de los generales confederados que le hicieron la guerra a la unión con tal de, entre otras cosas, mantener la esclavitud, aunque en sus lugares de origen ellos sean héroes, sin que nadie se moleste en analizar esa dicotomía que, en buena parte, explica el berenjenal político y cultural en que ahora está metido el vecino al norte.
Entre los pocos países que enfrentan de lleno su historia está Alemania. Su reciente pasado nazi está por todos lados, en plazas y museos, recordándole constantemente a sus ciudadanos a las víctimas que perpetraron, a la inteligencia que exiliaron empujada por el fanático oscurantismo del Tercer Reich, a la fractura de su patria y al estado policial de la Alemania Democrática. Sin anatemas ni panegíricos, pero con un grado de responsabilidad cívica que les ha permitido, a pesar de sus horrores, alcanzar un cierre y moverse hacia adelante.