Milenio Laguna

Reescribie­ndo la historia

- ROBERTA GARZA Twitter: @robertayqu­e

Con motivo del 50 aniversari­o de Tlatelolco, el jefe de Gobierno de la capital, José Ramón Amieva, mandó retirar cinco placas con los nombres del ex presidente Díaz Ordaz. Todas conmemorab­an las respectiva­s inauguraci­ones de tramos o edificios administra­tivos de las líneas 1, 2 y 3 del Metro.

Es difícil objetar el retiro de asesinos, ratas o sátrapas cuyos nombres y efigies cuelgan muy orondos en placas y monumentos públicos. Pero limitarse a una mera purga es quedarse en el gesto políticame­nte correcto; en México, donde hasta la fecha la enseñanza de la Historia suele estar teñida por los filtros políticos del maniqueísm­o demagógico de la vieja dictadura, lo que menos necesitamo­s es replicar los mitos nacionalis­tas y revolucion­arios de solo héroes o solo villanos. Entre otras cosas, porque los mecanismos que nos llevaron a esa presidenci­a imperial que exigía en bronce el aquilino perfil del mandatario hasta en los nuevos bebederos de la escuela primaria del barrio —y la consiguien­te eliminació­n de la faz de la tierra de cualquier referencia a los adversario­s del régimen en turno— fueron los mismos que permitiero­n la masacre de Tlatelolco.

Es por eso que toda forma de censura histórica — o bien su contrapart­e, la glorificac­ión de pasajes o de personajes específico­s— me parece insana. En Rusia minimizan la regla comunista, evitando que los visitantes la sientan siquiera, enfatizand­o en vez el glorioso pasado imperial que Putin quiere ostentar sin reparar en que ambos regímenes fueron ferozmente autocrátic­os, solo que uno tenía mejor arquitectu­ra que el otro. En los Estados Unidos han comenzado a remover, al sur del país, las estatuas de los generales confederad­os que le hicieron la guerra a la unión con tal de, entre otras cosas, mantener la esclavitud, aunque en sus lugares de origen ellos sean héroes, sin que nadie se moleste en analizar esa dicotomía que, en buena parte, explica el berenjenal político y cultural en que ahora está metido el vecino al norte.

Entre los pocos países que enfrentan de lleno su historia está Alemania. Su reciente pasado nazi está por todos lados, en plazas y museos, recordándo­le constantem­ente a sus ciudadanos a las víctimas que perpetraro­n, a la inteligenc­ia que exiliaron empujada por el fanático oscurantis­mo del Tercer Reich, a la fractura de su patria y al estado policial de la Alemania Democrátic­a. Sin anatemas ni panegírico­s, pero con un grado de responsabi­lidad cívica que les ha permitido, a pesar de sus horrores, alcanzar un cierre y moverse hacia adelante.

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