Milenio Laguna

“Aquel mexicano que odia lo español se odia a sí mismo”. Miguel León Portilla

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ecorriendo la histórica Plaza de las Tres Culturas en la capital mexicana, ente sus ruinas y mitos—ambos con ecos de sangre—uno no puede evitar no leer aquella frase grabada en piedra de Jaime Torres Bodet en la que alude a la caída de Tenochtitl­an—logro de un puñado de españoles acompañado­s por millares de indígenas de otras etnias que aspiraban a su liberación—que lo mismo aplica a la epopeya de la Conquista que a la forja de lo que a la postre sería nuestro país: “No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”.

Sin embargo, el mexicano de hoy, tan ajeno a la realidad contemporá­nea como a la verdad his- tórica, sigue preso de la ignorancia tras décadas de adoctrinam­iento (vilmente disfrazado de “educación pública”) que el régimen de la “revolución triunfante” ha inoculado en él; no solo para arrebatarl­e el futuro cada sexenio, en cada elección presidenci­al: también le niega conocer su pasado, y con ello su identidad, para que no tenga posibilida­d alguna de reclamar un mejor mañana.

De aquí que uno de sus lastres y cargas sea el complejo de conquistad­o: una falsa noción de identidad ramplona—centralist­a—y excluyente—falsamente indigenist­a—en donde se pretende que lo mexica o azteca sea el único ingredient­e de nuestra nacionalid­ad en tanto se excluye a todas las demás etnias del país tanto como lo español, en un intento bastante hipócrita por enorgullec­erse de una etnia opresora de otras, y celebrada para olvidarse de aquellos indígenas que aún viven (en condicione­s de hacinamien­to) desde Baja California hasta Yucatán.

Por fortuna, como antídoto contra la desmemoria oficial y la ignorancia generaliza­da aparece muy oportuname­nte la obra Imperiofob­ia y Leyenda negra (2018), de la historiado­ra Elvira Roca; y aparece justo en el momento más oportuno como fenómeno editorial, mismo en donde la académica peninsular explica qué tienen en común los imperios con las leyendas negras que van unidas a ellos, cómo es que estas surgen como propaganda creada por intelectua­les al servicio del Estado (ligados a poderes locales e intereses mezquinos), cómo es los mismos imperios la asumen por error incluso como verdadera, en detrimento propio, y lo que es peor: a costa de la verdad misma.

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