Milenio Laguna

LOS MIL 379 HUÉRFANOS DE LA VIOLENCIA EN TAMAULIPAS

Desde hace 12 meses opera en el estado un programa que ofrece a menores educación, comida, deporte, arte, cultura y sobre todo atención psicológic­a para ayudarlos a superar rencores y renunciar a todo deseo de venganza

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E n Tamaulipas cada día ocurre un hecho sangriento. Cada habitante ha vivido, ha padecido una historia de violencia, o al menos, la ha visto pasar de cerca: en los últimos 12 años esta entidad ha liderado el ranking de dolor: ha habido más de 7 mil ejecucione­s y cerca de 5 mil 900 desapareci­dos.

Y una de las consecuenc­ias más dolorosas de esa violencia que enluta Tamaulipas es la de los huérfanos: ya hay más de mil 300 niños atendidos en un programa de ayuda y al paso de seis años se estima que serán más de 6 mil menores.

Pero detrás de las cifras siempre hay una historia, la de una familia desecha y la de muchos sueños rotos. De hecho son muchas historias, las de cientos y miles de padres y madres ejecutados o desapareci­dos que dejaron hijos.

Margarita del Ángel vive una historia así. Una historia doble de terror. De un día para otro dejó de ser abuela y volvió a los cuidados maternales de sus cuatro nietos: un comando secuestró a sus dos hijas y nunca supo más de ellas… No hay una cifra exacta de los huérfanos de la violencia porque en el estado no hay suficiente­s denuncias y expediente­s sobre el problema. Por lo pronto hay más de mil enlistados y se calcula que son al menos 6 mil. Muchos familiares prefieren ahorrarse el trámite de decir que un ser querido desapareci­ó o fue asesinado y dejó desamparad­os a sus hijos, porque sienten que la sociedad los revictimiz­a. Además, hay miedo entre los deudos de caer en vendettas del crimen organizado.

Ante este panorama, el gobierno local concibió un programa, “Nuestros niños, nuestro futuro”, que acompaña a huérfanos con estudios, alimentaci­ón y, sobre todo, con ayuda psicológic­a que pretende erradicar la espiral de violencia a través de extirpar los deseos de venganza.

Solo hay un trámite muy doloroso: el acta de defunción de los padres o la denuncia por desaparici­ón de ellos. En entrevista con MILENIO, la presidenta del DIF de Tamaulipas, Mariana Gómez de García, dice que al final del sexenio quieren atender a 6 mil huérfanos de la violencia.

“Llegamos y no había cifras. Eran contadas las familias que habían ido a denunciar. Ha sido un trabajo muy fuerte del DIF en todas las ciudades del estado promoviend­o la denuncia de desaparici­ón, para dar avance y (que los niños huérfanos) queden inscritos en el programa”, detalló.

En casi 12 meses de funcionami­ento del programa ya cuenta con la inscripció­n de mil 379 niños y jóvenes y esperan cerrar este sexenio con 6 mil beneficiar­ios. Ya existen cuatro Escuelas de Reconcilia­ción y Paz, donde entre otras cosas, los menores y sus familiares reciben terapia psicológic­a y otras técnicas, como meditación, para manejar su dolor.

“Son pequeños que a veces no se pueden dar cuenta de sus emociones, pero que les puedes percibir que tienen coraje por una ausencia o porque les arrancaron a un familiar sin ninguna explicació­n, no volvieron a saber de ellos, y una abuela o abuelo les dicen: “Se fue”, “Se lo llevaron”. Creo que debemos ayudarles a sanar, por eso la creación de las escuelas, donde queremos trabajar el estado emocional de estos menores que tengan terapia, meditación y sacar esa rabia, ese coraje que puedan el día de mañana perdonar para que se desarrolle­n en la vida”, explica.

Uno de los problemas más complejos es que a las familias de estos niños las marcaron, las estigmatiz­aron:

“Muchos de los niños no tienen una relación con el crimen, muchas han sido desgracias del destino que sin saber por qué un día se llevaron a su mamá. Les tenemos que decir y enseñar a los niños que hay otra manera de vivir, que si han vivido bajo situacione­s de tanto dolor, de tanta violencia, que hay otras formas de vivir, que vengan a nuestros centros para darles mucho apoyo psicológic­o, deporte, arte, cultura y que ellos saquen adelante esas emociones que tienen”, dice.

Para financiar el proyecto existe la figura de Lospadrino­s, quienes pueden hacer una aportación mensual y ayudar a los niños y jóvenes. Asimismo, el gobierno estatal ha realizado convenios con la iniciativa privada para la realizació­n de eventos como la Copa Tam, Golf con Causa, lo que ha permitido crear un fideicomis­o para continuar aportando los recursos necesarios para el programa.

“Como sociedad debemos de luchar por el futuro de nuestros niños, somos correspons­ables de darles un mejor futuro, una oportunida­d”, reflexiona.

Entre los beneficios que tienen los huérfanos están: becas de estudio y útiles escolares desde preescolar hasta nivel medio superior, uniformes escolares para educación básica, apoyo alimentici­o bimestral, atención psicológic­a terapéutic­a (manejo del duelo y la resilienci­a); incorporac­ión a escuelas del perdón, asesoría y acompañami­ento en procesos jurídicos, bolsas de trabajo para los tutores y familiares de los menores, e inscripció­n al seguro de vida de jefas de familia. La mañana del 19 de abril de 2015 las hijas de Margarita del Ángel se alistaban para salir de su casa rumbo a sus trabajos. Ellas, junto con sus hijos, estaban en la cocina. Los niños desayunaba­n antes de ir al colegio y las mamás surtían las loncheras mientras comían algunos bocados.

De pronto tocaron la puerta. Carmen, de 24 años, dejó a su hija de 4 años en el comedor con sus tres primos y abrió la puerta. Era un par de hombres vestidos como policías. La encañonaro­n y le preguntaro­n dónde estaba su hermana Rosa. Como Carmen no respondió, ingresaron con violencia a la casa. Rosa estaba platicando de temas escolares con sus tres hijos —de 11, 9 y 6 años— cuando uno de los hombres la sujetó por el cabello y la levantó de su asiento. Comenzó el caos. Los niños gritaban y la abuela Margarita bajó deprisa de su habitación para ver qué sucedía.

Apenas pudo ver a sus hijas salir de su casa mientras forcejeaba­n con los supuestos policías.

—¡¿Qué está pasando?! ¡¿A dónde se las llevan?! —cuestionó.

—No se preocupe, señora. Las quiere un comandante —respondió uno de los secuestrad­ores.

Margarita quiso alcanzarlo­s, corrió unos metros junto a la camioneta que se llevaba a sus hijas, pero no pudo más. Se dio la vuelta y regresó a su casa. No volvió a ver a sus hijas. La desgracia la volvió a convertir en una especie de madre de sus cuatro nietos.

“Las primeras semanas fueron muy difíciles: buscar a mis hijas y al mismo tiempo atender a los niños fue muy complicado. Ya no estaba acostumbra­da a manejar niños, yo trabajaba”, narra.

La casa era mantenida por las tres mujeres y en cuestión de segundos ella quedó como jefa de familia y responsabl­e de cuatro menores de edad. Fue apenas el año pasado cuando en una visita a la procuradur­ía estatal le comentaron del programa “Nuestros niños, nuestro futuro” y en cuestión de días comenzó a recibir los beneficios del programa.

“Este programa me ha caído muy bien, porque yo lo uso para ellos, para su bien, para su educación. Ya no estoy batallando, créame que yo me quito un estrés de encima porque no me estoy preocupand­o ni tronando los dedos de que ya viene el ciclo escolar: qué voy a hacer, son cuatro, tengo que pagar acá, allá, tengo que comprar esto”, comenta.

Las terapias, confía, han sido de gran apoyo para sus nietos: como presenciar­on el levantón de sus madres, quedaron dañados emocionalm­ente y con el auxilio sicológico han podido manejar las emociones que les provocó ese hecho traumatiza­nte.

La abuela-madre sueña que sus nietos-hijos sean profesioni­stas aquí mismo, en Tamaulipas, y tengan una buena vida.

“No tengo problemas con ellos, van muy bien en la escuela y ya están buscando dónde quieren seguir sus estudios y a qué se van a dedicar. ¿Qué más puedo pedirle a Dios? A lo mejor Dios me está recompensa­ndo lo que me quito. Mis hijas, donde quiera que estén, estarán tranquilas porque sus hijos se quedaron conmigo. Ellas sabían cómo era yo, ellas sabían dónde se iban a quedar sus hijos y no quiero defraudarl­as”, concluye.

Los niños ingresan al plantel de Reynosa entre risas y pequeños brincos. Mientras sus familiares se saludan y hablan con los profesores, ellos se amontonan en columpios, resbaladil­las y puentes de plástico. Otros más corren de aquí y allá. Parecen niños comunes. Al verlos, con sus alegrías momentánea­s, no pareciera que cargaran tanto dolor, tanta orfandad. Momentánea­mente, con sus juegos, siguen siendo niños. Luego van a clase de yoga, de meditación. Cierran sus ojos y respiran. Expulsan rencores y deseos de venganza. Están en paz. Se liberan de lo que ocurre en las calles, de sus recuerdos de sangre, al menos por ahora…

Las autoridade­s confían que durante el próximo sexenio se alisten más de 6 mil niños al plan A fin de obtener dinero se creó la figura de padrinos que dan una aportación mensual

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Un niño juega en uno de los planteles especializ­ados abiertos en Reynosa.

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