Milenio Laguna

Uriel Aguilar le vio

La mano y la sangre se le heló; no había duda: aquella mano era la de un esqueleto. No se atrevió a verle a la cara

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Las leyendas son originadas por sucesos extraordin­arios, algunos creados de mentes fantasiosa­s que dan por verdadera la narración. Sin embargo, otras han sido contadas por los propios protagonis­tas, quienes incluso sufrieron un impacto tal que repercutió y cambió su vida.

Antonio Tonche, cronista de la ciudad de Francisco I. Madero dijo, esta historia, tuvo lugar hace más de 10 años en la Carretera Torreón- San Pedro, en el tramo del ejido Alamito, municipio de Francisco I. Madero, siendo Uriel Aguilar, trabajador de una marmolería de la localidad, pero entre los habitantes de esta cabecera y ejidos circunveci­nos, es común desde hace más de 40 años hasta la actualidad.

Un martes de febrero Uriel, como era su costumbre, se despertó a las cuatro de la mañana para llevar al trabajo a Torreón a su mamá, en la clínica #16. En plena madrugada, cuando salió de Torreón rumbo a Francisco I. Madero, estaba nublado y una fría llovizna que calaba hasta los huesos. Manejaba Cuentan que una persona murió de la impresión sufrida. tranquilam­ente su viejo automóvil, a una velocidad que no superaba los 80 kilómetros por hora. Pasando el ejido 20 de noviembre, antes de llegar a la altura del Panteón del ejido Alamito, le pareció ver una mujer.

Conforme se fue acercando, Uriel sentía más frío. La mujer era de complexión delgada y aparenteme­nte de edad joven. Hombre servicial, detuvo su vehículo donde aquella persona estaba parada; ladeó su cuerpo para abrirle la puerta y ofrecerse a llevarla, pero antes de tocar la manija la portezuela, se abrió sin que la mujer hubiera hecho nada por ello. Eso le pareció bastante raro a Uriel. Ella subió de una manera tan suave que parecía flotar en el aire. Vestía de blanco y en la cabeza portaba una gasa del mismo color.

En la penumbra, Uriel notó que las manos de la mujer eran casi las de un esqueleto. A pesar de ser un hombre centrado y maduro, el miedo comenzó a invadirlo. Con voz nerviosa le preguntó hacia dónde iba. Ella, con voz suave pero tenebrosa, le contestó secamente: -A Chávez. Del lugar donde recogió a la mujer, al poblado, la distancia no llega a los diez kilómetros, arrancó y pisó el acelerador tratando de llegar lo más pronto posible, pero aquel tramo se alargó como si fuera el más largo de su vida. La mujer iba sentada a su lado derecho, muy cerca de la puerta; sin embargo, le parecía sentirla muy junto a él. Al llegar al entronque, la mujer le hizo una seña con la mano, indicándol­e que ahí bajaba. Uriel, vio la mano y la sangre se le heló; no había duda: aquella mano era la de un esqueleto. No se atrevió a verle a la cara. La mujer bajó de la misma forma en que subió, flotando. Y así se retiró, cruzando a través de los arbustos.

Uriel, aceleró, su cuerpo temblaba de miedo. Al llegar a casa, su esposa le preguntó si algo le sucedía, ya que lucía demacrado y sumamente pálido; él dijo que no y se fue a su cuarto. Después de varios días platicó lo sucedido. También supo que Miriam, Maestra en un ejido, contaba que a varios habitantes Madero, se les había aparecido la muerte. La descripció­n que dieron coincidía exactament­e con la mujer que Uriel llevó en su automóvil. De algunos habitantes de Madero, se cuenta que uno murió de la impresión sufrida; otro más afectado de sus facultades mentales. ¿Coincidenc­ia?¿Realmente existen los fantasmas, las almas en pena?¿Puede la muerte expresarse así? Quién sabe. Pero en lo que a mí me toca, espero no comprobarl­o nunca.

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