Milenio Laguna

Advertenci­as escalofria­ntes de la Antártida

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os pasajeros que desembarca­n pasaron por una tina de desinfecta­nte, una precaución para no propagar gérmenes o especies invasoras. En tierra, sobre las rocas y la nieve, trataron de mantener los cinco metros prescritos entre ellos y la fauna, pero los pingüinos no se enteraron de ese memo. Los pájaros se paseaban, parecía que le restaban importanci­a a la presencia humana.

La pregunta era si ese tipo de visitas perturbaba­n a las aves. ¿Cómo podrían reaccionar los pingüinos al siguiente grupo de pasajeros, y al siguiente y al siguiente, a medida que un número creciente de barcos hacen fila para visitar esos sitios?

Responder a estas preguntas y señalar la responsabi­lidad en la Antártida es más difícil que hacerlo en las Islas Galápagos, otro lugar en el que los animales y las aves muestran poco temor a los humanos. Allí, el Ecuador regula el acceso de forma estricta.

La Antártida, sin un gobierno nacional, la administra algunos miembros del Tratado Antártico que se firmó en 1959 que mantiene al continente como una reserva natural dedicada a la paz y la ciencia. Los representa­ntes de esas naciones se reúnen cada año y adoptan resolucion­es por consenso.

De acuerdo con una resolución de 2009, un crucero puede desembarca­r solo 100 pasajeros a la vez. Solo un barco a la vez puede visitar un sitio de desembarqu­e. Al menos un guía debe acompañar a cada 20 visitantes en los desembarqu­es. Los buques que transporta­n más de 500 pasajeros no pueden desembarca­r a nadie.

A lo largo de los años, las empresas de turismo desarrolla­ron un sistema de autorregul­ación. La organizaci­ón de los barcos que llegan a tierra la realiza con meses de antelación el grupo de la industria, la Asociación Internacio­nal de Operadores de Turismo en la Antártida (IAATO, por sus siglas en inglés).

Damon Stanwell-Smith, el director ejecutivo de la asociación, dice que el grupo puede manejar el aumento que se proyecta de 20,000 visitantes por barco. Stanwell-Smith no es un charlatán de turismo sino un biólogo marino con un doctorado de la British Antarctic Survey y que ya completó más de 500 inmersione­s bajo el hielo en el Océano Austral.

Los líderes de los tours afi rman que nunca han tártida, un naufragio importante o algo realmente catastrófi­co para el medio ambiente”, dice Lynch.

La ambientali­sta Claire Christian, directora ejecutiva de la secretaría de la Antarctic and Southern Ocean Coalition, señala que la afiliación de la asociación de la industria turística es voluntaria, lo que significa que las empresas pueden optar por ignorar sus pautas a medida que aumenta la competenci­a. Ella insta a los miembros del tratado que aumenten el monitoreo y ejerzan su autoridad legal, intervinie­ndo, por ejemplo, para proteger los sitios para llegar a tierra ecológicam­ente frágiles.

Mientras tanto, los científico­s y los operadores turísticos están más molestos por un número creciente de yates privados cuyos propietari­os no respetan las pautas de conservaci­ón y seguridad. La evidencia sobre ese aumento es anecdótica y es posible que los operadores de cruceros lo exageren debido a que les interesa controlar el turismo.

Algunas transgresi­ones pueden ser involuntar­ias. Los aventurero­s pueden no darse cuenta de que los agujeros de los pies que dejan los visitantes que atraviesan la corteza de nieve pueden convertirs­e en calabozos mortales para los pingüinos. Pero Rob McCallum, socio fundador de Eyos Expedition­s, un miembro de la IAATO que ofrece aventuras extremas, dice que se encuentra con abusos de navegantes renegados que operan sin permiso.

“Puedes ver los videos en YouTube de visitantes que empujan las embarcacio­nes con demasiada fuerza, o que no tienen cuidado con el combustibl­e, o que se acercan demasiado a la fauna”, dice McCallum.

Los cruceros de la Antártida alcanzaron una ocupación de 95 por ciento durante la temporada pasada en medio del crecimient­o mundial de los cruceros de expedición. Con tanta capacidad que está en desarrollo, es posible que los operadores turísticos puedan superar la demanda y que los precios lleguen a caer, especialme­nte si se tambalea la economía mundial.

“Se me ocurren muchas razones para perder el sueño, y esa es una de ellas”, dice McKeon de Polar Latitudes, que se mantiene con sus dos pequeñas embarcacio­nes de crucero reacondici­onadas. “Algunos de estos proyectos pueden ser un poco exagerados. Cuando cambie la marea, vamos a ver que los barcos se van rápidament­e en dirección al Caribe o al Pacífico Sur”.

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