El teclado y la pantalla de Edith
Con la típica cordialidad mecánica del texto bien aprendido en su curso de capacitación, Edith contesto mi llamada y después de darme su nombre y apellido y mascullar una bienvenida mil veces antes repetida, me preguntó en que podía servirme.
Se trataba de una llamada al banco en busca de apoyo para lograr efectuar un trámite a través de su servicio digital por Internet, algo que durante los treinta minutos previos había intentado inútilmente, pues en algún punto se atoraba el proceso y me di cuenta, que ya mi paciencia se hallaba presionada por lo que traté de darle a mi voz un tono mesurado, seguramente no lo logré, porque después de recibir y seguir las primeras instruc-- ciones, noté que la voz de Edith adquiría un dejo de impaciente condescendencia.
Cavilé que con seguridad una posible brecha generacional con mi interlocutora (que para ese momento ya imaginaba yo como veinteañera) estaba afectando el flujo de la comunicación y aguantándome las ganas de preguntarle su edad, para luego tal vez con alguna pregunta simple sobre historia de México a propósito de estas fechas, hacerle sentir que “el mundo no es solo un teclado y una pantalla” y que no todos los usuarios del banco estamos familiarizados con los entresijos de la computación.
Abstenerme de esa tentación fue lo mejor pues realicé mi negocio luego de algunos ajustes, seguir sus indicaciones y despedirnos con una simulada cordialidad.
Lo antes narrado pudiera parecer solo un episodio más de lo que todos: jóvenes, adultos y viejos vivimos cotidianamente, pero me hizo pensar que conforme avanza el desarrollo del mundo digital, en muchas personas se acentúa un sentimiento de obsolescencia que tiene mucho que ver con la incomunicación, la soledad y la depresión.
La vida se pasa como un relámpago y vivirla consciente de estar vivo es lo mejor. Hay un mundo incalculable de experiencias y conocimientos por explorar y descubrir. Para lograrlo, es necesario mirar más allá del teclado y la pantalla de Edith.